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Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua, y el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento.
Tengo pena de ser en esta orilla tronco sin ramas; y lo que más siento es no tener la flor, pulpa o arcilla, para el gusano de mi sufrimiento.
Si tú eres el tesoro oculto mío, si eres mi cruz y mi dolor mojado, si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he ganado y decora las aguas de tu río con hojas de mi otoño enajenado.
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Poeta
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No quise.
No quise decirte nada.
Vi en tus ojos
dos arbolitos locos.
De brisa, de risa y de oro.
Se meneaban.
No quise.
No quise decirte nada.
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Poeta
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Ay voz secreta del amor oscuro ¡ay balido sin lanas! ¡ay herida! ¡ay aguja de hiel, camelia hundida! ¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡Ay noche inmensa de perfil seguro, montaña celestial de angustia erguida! ¡Ay silencio sin fin, lirio maduro!
Huye de mi, caliente voz de hielo, no me quieras perder en la maleza donde sin fruto gimen carne y cielo.
Deja el duro marfil de mi cabeza apiádate de mi, ¡rompe mi duelo! ¡que soy amor, que soy naturaleza!
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Poeta
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ROMANCE DEL EMPLAZADO
Para Emilio Aladrén
¡Mi soledad sin descanso! Ojos chicos de mi cuerpo y grandes de mi caballo, no se cierran por la noche ni miran al otro lado, donde se aleja tranquilo un sueño de trece barcos. Sino que, limpios y duros escuderos desvelados, mis ojos miran un norte de metales y peñascos, donde mi cuerpo sin venas consulta naipes helados.
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Los densos bueyes del agua embisten a los muchachos que se bañan en las lunas de sus cuernos ondulados. Y los martillos cantaban sobre los yunques sonámbulos, el insomnio del jinete y el insomnio del caballo.
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El veinticinco de junio le dijeron a el Amargo: Ya puedes cortar si gustas las adelfas de tu patio. Pinta una cruz en la puerta y pon tu nombre debajo, porque cicutas y ortigas nacerán en tu costado, y agujas de cal mojada te morderán los zapatos.
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Será de noche, en lo oscuro, por los montes imantados, donde los bueyes del agua beben los juncos soñando. Pide luces y campanas. Aprende a cruzar las manos, y gusta los aires fríos de metales y peñascos. Porque dentro de dos meses yacerás amortajado.
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Espadón de nebulosa mueve en el aire Santiago. Grave silencio, de espalda, manaba el cielo combado.
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El veinticinco de junio abrió sus ojos Amargo, y el veinticinco de agosto se tendió para cerrarlos. Hombres bajaban la calle para ver al emplazado, que fijaba sobre el muro su soledad con descanso. Y la sábana impecable, de duro acento romano, daba equilibrio a la muerte con las rectas de sus paños.
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Poeta
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¡Oh, qué antiguo sentimiento!
¿De qué me sirve, pregunto, la tinta, el papel y el verso?
Carne tuya me parece, rojo lirio, junco fresco. Morena de luna llena. ¿Qué quieres de mi deseo?
Por las orillas del río se está la noche mojando y en los pechos de Lolita se mueren de amor los ramos.
Se mueren de amor los ramos.
La noche canta desnuda sobre los puentes de marzo. Lolita lava su cuerpo con agua salobre y nardos.
Se mueren de amor los ramos.
La noche de anís y plata relumbra por los tejados. Plata de arroyos y espejos. Anís de tus muslos blancos.
Se mueren de amor los ramos.
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Poeta
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En la mitad del barranco las navajas de Albacete, bellas de sangre contraria, relucen como los peces. Una dura luz de naipe recorta en el agrio verde, caballos enfurecidos y perfiles de jinetes. En la copa de un olivo lloran dos viejas mujeres. El toro de la reyerta se sube por las paredes. Ángeles negros traían pañuelos y agua de nieve. Ángeles con grandes alas de navajas de Albacete. Juan Antonio el de Montilla rueda muerto la pendiente, su cuerpo lleno de lirios y una granada en las sienes. Ahora monta cruz de fuego, carretera de la muerte.
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El juez, con guardia civil, por los olivares viene. Sangre resbalada gime muda canción de serpiente. Señores guardias civiles: aquí pasó lo de siempre. Han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses.
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La tarde loca de higueras y de rumores calientes cae desmayada en los muslos heridos de los jinetes. Y ángeles negros volaban por el aire del poniente. Ángeles de largas trenzas y corazones de aceite.
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Poeta
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A mis soledades voy. De mi soledades vengo, Porque para andar conmigo Me bastan mis pensamientos.
¡No sé qué, tiene la aldea Donde vivo y donde muero, Que con venir de mí mismo No puedo venir más lejos!
Ni estoy bien ni mal conmigo; Mas dice mi entendimiento Que un hombre que todo es alma Está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta, Y solamente no entiendo Cómo se sufre a sí mismo Un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan, Fácilmente me defiendo; Pero no puedo guardarme De los peligros de un necio.
Él dirá que yo lo soy, Pero con falso argumento; Que humildad y necedad No caben en un sujeto.
La diferencia conozco, Porque en él y en mí contemplo, Su locura en su arrogancia, Mi humildad en su desprecio.
O sabe naturaleza Más que supo en otro tiempo, O tantos que nacen sabios Es porque lo dicen ellos.
«Sólo sé que no sé nada», Dijo un filósofo, haciendo La cuenta con su humildad, Adonde lo más es menos.
No me precio de entendido, De desdichado me precio; Que los que no son dichosos, ¿Cómo pueden ser discretos?
No puede durar el mundo, Porque dicen, y lo creo, Que suena a vidrio quebrado Y que ha de romperse presto.
Señales son del juicio Ver que todos le perdemos, Unos por carta de más, Otros por carta de menos.
Dijeron que antiguamente Se fue la verdad al cielo: Tal la pusieron los hombres Que desde entonces no ha vuelto.
En dos edades vivimos Los propios y los ajenos, La de plata los extraños, Y la de cobre los nuestros.
¿A quién no dará cuidado, Si es español verdadero, Ver los hombres a lo antiguo Y el valor a lo moderno?
Todos andan bien vestidos Y quejánse de los precios; De medio arriba, romano, De medio abajo, romeros.
Dijo Dios que comería Su pan el hombre primero Con el sudor de su cara, Por quebrar su mandamiento;
Y algunos inobedientes A la vergüenza y al miedo, Con las prendas de su honor Han trocado los efectos.
Virtud y filosofía Peregrinan como ciegos: El uno se lleva al otro, Llorando van y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra, Universal movimiento, La mejor vida el favor, La mejor sangre el dinero.
Oigo tañer las campanas, Y no me espanto, aunque puedo, Que en lugar de tantas cruces Haya tantos hombres muertos.
Mirando estoy los sepulcros Cuyos mármoles eternos Están diciendo sin lengua Que no lo fueron sus dueños.
¡Oh, bien haya quien los hizo, Porque solamente en ellos De los poderosos grandes Se vengaron los pequeños!
Fea pintan a la envidia: Yo confieso que la tengo De unos hombres que no saben Quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles, Sin tratos, cuentas ni cuentos, Cuando quieren escribir Piden prestado el tintero.
Sin ser pobres ni ser ricos, Tienen chimenea y huerto; No los despiertan cuidados, Ni pretensiones, ni pleitos.
Ni murmuraron del grande, Ni ofendieron al pequeño; Nunca, como yo, firmaron Parabién, ni pascua dieron.
Con esta envidia que digo, Y lo que paso en silencio, A mis soledades voy, De mis soledades vengo.
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Poeta
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La sombra de mi alma huye por un ocaso de alfabetos, niebla de libros y palabras.
¡La sombra de mi alma!
He llegado a la línea donde cesa la nostalgia, y la gota de llanto se transforma alabastro de espíritu.
(¡La sombra de mi alma!)
El copo del dolor se acaba, pero queda la razón y la sustancia de mi viejo mediodía de labios, de mi viejo mediodía de miradas.
Un turbio laberinto de estrellas ahumadas enreda mi ilusión casi marchita.
¡La sombra de mi alma!
Y una alucinación me ordeña las miradas. Veo la palabra amor desmoronada.
¡Ruiseñor mío! ¡Ruiseñor! ¿Aún cantas?.
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Poeta
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Si muero, dejad el balcón abierto. El niño come naranjas. (Desde mi balcón lo veo). El segador siega el trigo. (Desde mi balcón lo siento). ¡Si muero, dejad el balcón abierto!.
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Poeta
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El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor, que se fue y no vino!
El río Guadalquivir tiene las barbas granates. Los dos ríos de Granada uno llanto y otro sangre.
¡Ay, amor, que se fue por el aire!
Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros.
¡Ay, amor, que se fue y no vino!
Guadalquivir, alta torre y viento en los naranjales. Dauro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques.
¡Ay, amor, que se fue por el aire!
¡Quién dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor, que se fue y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas, Andalucía, a tus mares.
¡Ay, amor, que se fue por el aire!
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Poeta
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