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Harto ya de alabar tu piel dorada, tus externas y muchas perfecciones, canto al jardín azul de tus pulmones y a tu tráquea elegante y anillada.
Canto a tu masa intestinal rosada al bazo, al páncreas, a los epiplones, al doble filtro gris de tus riñones y a tu matriz profunda y renovada.
Canto al tuétano dulce de tus huesos, a la linfa que embebe tus tejidos, al acre olor orgánico que exhalas.
Quiero gastar tus vísceras a besos, vivir dentro de ti con mis sentidos... Yo soy un sapo negro con dos alas.
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Poeta
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Acabo de pasar, amor, por el correo, -chisporrotea el lacre, oscila la balanza- es como un girasol de oro mi deseo y como una ramita de espliego mi esperanza.
Aquí estoy con tu carta, al sesgo, en una mano emboscado en esta sombría callejuela…. Tu carta, que es la última rosa de mi verano. Déjame que la palpe, la sopese y la huela.
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Poeta
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Me he detenido enfrente del Congreso, y en medio del urbano torbellino, he soñado en un rústico camino y me he sentido el corazón opreso.
Una tranquera floja, un monte espeso, el girar perezoso de un molino, la charla familiar de algún vecino, ¿no valen algo más que todo eso?
Se ahogaban en la esuina algunas flores; a formidables tajos de colores, abríase el asfalto humedecido como esbozando trájica sonrisa.
¡Quién va a fijarse en mí, si hay tanta prisa! ¡Quién va a escuchar mi voz, si hay tanto ruido!
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Poeta
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Era la sombra del amor, la sombra del amor: no pudo ser. Ya pasó por mi vida otro dolor, ya pasó otra mujer.
No era su pecho mi cabezal, no eran sus manos las guiadoras por el camino triste y fatal. No era el consuelo para mis horas, no era la fuentepara beber, ni el tronco firme donde enredarme, dar unas flores y envejecer.
Era la sombra del amor, la soma del amor: no pudo ser. Ya pasó por mi vida otro dolor, ya pasó otra mujer.
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Poeta
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Aunque tuvieras, poeta, un castillo en una cumbre, un salón lleno de lumbre y un gran sillón de vaqueta; al llegar la noche quieta, sobre mi hastío de pié, me diría: bueno, ¿y qué? y componiéndome el talle me largaría a la calle, a la calle y al café.
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Poeta
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Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor. ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa? ¿Odian el perfume, odian el color?
La piedra desnuda de tristeza agobia, ¡Dan una tristeza los negros balcones! ¿No hay en esta casa una niña novia? ¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?
¿Ninguno desea ver tras los cristales una diminuta copia de jardín? ¿En la piedra blanca trepar los rosales, en los hierros negros abrirse un jazmín?
Si no aman las plantas no amarán el ave, no sabrán de música, de rimas, de amor. Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave...
¡Setenta balcones y ninguna flor!
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Poeta
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Ved en sombras el cuarto, y en el lecho desnudos, sonrosados, rozagantes, el nudo vivo de los dos amantes boca con boca y pecho contra pecho.
Se hace más apretado el nudo estrecho, bailotean los dedos delirantes, suspéndese el aliento unos instantes... y he aquí el nudo sexual deshecho.
Un desorden de sábanas y almohadas, dos pálidas cabezas despeinadas, una suelta palabra indiferente,
un poco de hambre, un poco de tristeza, un infantil deseo de pureza y un vago olor cualquiera en el ambiente.
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Poeta
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—«La torre, madre, más alta es la torre de aquel pueblo, la torre de aquella iglesia hunde su cruz en el cielo.
»Dime, madre, ¿hay otra torre más alta en el mundo entero?» —«Esa torre sólo es alta, hijo mío, en tu recuerdo».
Tu brazo de siete años alcanzaba sin esfuerzo una piedra a sus campanas —«¿Te acuerdas, hijo?» —«Me acuerdo».
Pero la torre más alta del mundo, es la de aquel pueblo.
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Poeta
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Tal vez haya soñado con un beso instantáneo, dos estrellas fundidas augustamente en una. Un temblor en el cuerpo y un mareo en el cráneo y un ponerse la sangre del color de la luna.
No, jamás me has besado ni siquiera la frente, sólo has puesto los labios o los atraje yo. Continuaré soñando, Alondra, eternamente. Ni tú tienes derecho a decirme que no.
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Poeta
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Ya ves que no te suelto, que me ato a tu recuerdo rubio y vaporoso, fugitivo en la calle y silencioso, yo, que era poderío y arrebato.
Me estiro lo que puedo; dudo y trato de asir tu traje, por ser tuyo, hermoso; ceñido siempre y a la vez pomposo, tentación por aquí y allí recato.
Mírame en un café de esta plazuela en que el tránsito al sol crepita y arde y en la que todo, hasta un tranvía, vuela.
Pienso en ti, en tus ojos, en tu tarde... Y me quisiera henchir como una vela y me refugio en mi interior, cobarde.
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Poeta
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