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Cuando yo muera... -ha de llegarme el día antes que a ti- al cerrar mis ojos yertos, piensa que si aún hay vida entre los muertos, te seguiré queriendo todavía.
En mi ansiedad suprema de agonía, mis labios secos, torpes y entreabiertos, aun sin calor, se moverán inciertos por balbucear tu nombre, amada mía.
Ése será tu triunfo. En esa hora tú, de mi vida absurda embrujadora, sabrás, al fin, cuánto te amé y sufrí...
Y dirás: "A las otras mintió amores; pero ninguna le causó dolores de amor, porque no amaba sino a mí..."
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Poeta
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Vive tu vida y ámala, sea buena o mala para ti: ese es tu sino. Si te punzan las zarzas del camino haz un yambo votivo de tu pena.
Ten tu copa de amor bullente y llena, y embriágate de amores y de vino, Baudelaire te lo dijo: haz un divino canto a PAN DE TU VIDA ardiente y plena.
Musicaliza todo : tus dolores, tus placeres, los páramos, las flores, vive en perenne Domingo de Ramos.
Y espera anacreóntico la muerte diciendo ante el enigma de la suerte como Rubén: -¡Señor!... ¿A dónde vamos?...
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Poeta
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¡Qué sed tengo de ti! Eres la fuente que corre cristalina ante mis ojos, y son inútiles mis brazos flojos para hacer que se tuerza la corriente.
Inútilmente domo mis antojos, y trato de olvidarte inútilmente: sueña mi mente con tu tersa frente y con el vino de tus labios rojos.
¿Qué daño habré hecho yo, que en mi camino todo me llega tarde? Si es mi sino cargar el fardo de mi vida trunca,
¡que no te vuelva a ver! Yo te lo pido por Dios... ¡Cuánto mejor hubiera sido que no te hubiera conocido nunca!
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Poeta
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Un dolor se me va y otro me arredra; ola que se marchó y ola que viene a batirme, y apenas se detiene sobre mi viejo corazón de piedra.
Ola que llega, y rompe, y salta y medra del dolor de la roca, y se mantiene sólo el instante aquel que le conviene para arrancarle hasta su airón de yedra.
Lucha sorda y tenaz; mudo combate de la ola que se va, vuelve y se abate en el peñón que su ira desafía...
Dolor perenne, inextinguible, intenso, rudo y fiero combate en este inmenso mar sin orillas de la vida mía...
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Poeta
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¡Esa!... La que en el alma llevo oculta; la que no salta afuera ni se expande en la pupila; la que a nadie insulta en un alarde de dolor: la grande,
la infinita, la muda, la sombría, la terca, la traidora, la doliente lágrima de dolor, lágrima mía, que está clavada en mí profundamente!
La que no da una tregua ni un consuelo de dulce sollozar. La que me hiere, y me punza, y me obsede, y pone un velo turbio en mis ojos; la que nunca muere
ni nace a flor de rostro; la que nunca refrena su latir; la que no intenta asomarse a la faz y queda trunca, y hace la pena interminable y lenta...
Cántaros secos, áridos, mis ojos; páramos sin frescura ni rocío; febricitantes de escrutar los rojos límites, del espacio y del vacío...
¡Esa!... La que no llega, ni ha llegado, ni llegará a los ojos nunca... ¡nunca!... Mi lágrima tenaz que no ha mojado el Sahara estéril de mi vida trunca,
¡Ésa... no la verás, porque en la calma de mis angustias, se ha trocado en perla! Para verla hace falta tener alma; y tú, ¡no tienes alma para verla!...
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Poeta
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¡Te perdí para siempre! El torbellino de la ciudad, te arrebató inclemente. Ya nunca volveré a besar tu frente ni beberemos juntos nuestro vino.
La vida bifurcó nuestro camino; ya no vamos del brazo alegremente, ni apaga nuestra sed la misma fuente, ni tú oyes mi canción, ni yo tu trino.
¡Y no hubo ni un adiós! Fue lo insondable: el silencio... el dolor... lo irremediable... ¡la atroz sonrisa y la fingida calma..!
Después, cargué mi amor rígido y yerto. Lloré mucho; recé, velé a mi muerto, ¡y me enterré el cadáver en el alma..!
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Poeta
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Porque eres canallesca, porque eres exquisita, y porque eres perversa, y porque eres fatal, mi carne pecadora tu carne necesita para libar las mieles de las flores del Mal.
Porque tiene tu vientre albor de margarita, y tus piernas, columnas de tu templo carnal, guardan el Tabernáculo de mi hostia maldita y ocultan el secreto de mi anhelo sensual.
Porque tus ojos glaucos, para el hombre inconstantes, brillan faunescamente, lesbianos, inquietantes, cuando pasa una núbil doncella junto a ti,
anhelo pecadora, tu lascivo contacto para la complicada consumación del Acto, ¡Con la santa lujuria que está latente en mí!
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Poeta
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