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Cuando murmuras con nervio acento tu cuerpo hermoso que a mi cuerpo toca y recojo en los besos de tu boca las abrasadas ondas de tu aliento.
Cuando más que ceñir, romper intenso una frase de amor que amor provoca y a mí te estrechas delirante y loca, todo mi ser estremecido siento.
Ni gloria, ni poder, ni oro, ni fama, quiero entonces, mujer. Tu eres mi vida, ésta y la otra si hay otra; y sólo ansío gozar tu cuerpo, que a gozar me llama, ¡ver tu carne a mi carne confundida y oír tu beso respondiendo al mío!...
Miguel de Unamuno (1864-1936)
Sed de tus ojos en la mar me gana...
Sed de tus ojos en la mar me gana; hay en ellos también olas de espuma, rayo de cielo que se anega en bruma al rompérsele el sueño, de mañana.
Dulce contento de la vida mana del lago de tus ojos; si me abruma mi sino de luchas, de ellos rezuma lumbre que al cielo con la tierra hermana.
Voy al destierro del desierto oscuro, lejos de tu mirada redentora, que es hogar de mi hogar sereno y puro.
Voy a esperar de mi destino la hora; voy acaso a morir a pie del muro que ciñe al campo que mi patria implora.
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Poeta
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Se aleja el barco. Luz de madrugada. La aurora alumbra el peñascal sombrío, y de garzas el vuelo ligera bandada tiende en la quietud del río.
En sus alas la luz se atornasola, y del oriente entre rosados velos parecen, blancas, en la orilla sola, un adiós silencioso de pañuelos.
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Poeta
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Íbamos todos al río en alegre caravana. Yo, a su lado... La mañana era mañana de estío.
Cantando triste tonada pasó entonces un boyero; Por una mujer me muero, pero ella no sabe nada.
Caminando, caminando ella cantaba y reía. Una flor aquí cogía, otra allá, siempre cantando.
En el sombrero, albos tules, y de albo linón vestida, ¡cómo brillaba la vida en sus pupilas azules!...
Y lejos, en el sendero, bajo el oscuro pinar, se iba perdiendo el cantar: "Por una mujer me muero..."
Mis ojos se iban tras ella mientras vagaba sombrío. ¡Y ella, a la orilla del río, entre todas, la más bella!
Al regresar se encendían las luces en el poblado. Yo, en mis ensueños callado, y cantaban y reían.
Y pensaba en la tonada que oí cantar al boyero. "Por una mujer me muero, pero ella no sabe nada".
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Poeta
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En el ártico mar, bajo la grave, fría techumbre del borrado cielo, rota la proa, yace antigua nave, prisionera entre témpanos de hielo.
A do vayan inquietas las miradas en esa soledad do el hielo impera, tan solo ven llanuras desoladas, rocas de hielo ... hielo donde quiera.
Entre las sombras de la noche bruma, Del horizonte en el confín distante; turbio aparece el sol, fosca la luna, y en el cielo se ven solo un instante.
De la llanura en la extensión inerte jamás de vida palpitó un aliento, y no flota en la calma de esa muerte, sobre ese horror, ni voz ni movimiento.
Antes de que sus flancos destrozados fueran allá donde la nave mora, de los rugientes mares dilatados todas las playas conoció su prora.
De las hijas del viento en compañía la vio del ecuador el cielo urgente, y cruzó con gallarda bizarría los mares todos, desde Ocaso a Oriente.
Vió la boca del Ganges; el distante Cabo de la Esperanza; surcó el seno del Mar de las Antillas resonante, y su bandera recorrió el Tirreno.
Era su nombre PORVENIR; su vida fue el libre y ancho mar; y yace ahora por témpanos de hielo detenida, e inmóvil yace su volante prora.
Los años pasan. Desde el turbio Oriente la mira un sol de luz amortiguada, y una luna sin brillo... y lentamente la nave se deshace abandonada.
Ya derribó los mástiles el noto; la quilla, entre los hielos, yace endida; se hunde el puente ... el timón está roto, y cayó al mar el ancla desprendida.
¡Arriba, el cielo tenebroso y frío y el desierto en redor, mudo y sombrío!
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Poeta
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Una flauta en la montaña... es la flauta del pastor... la luna los campos baña... ¡Vuelve el antiguo dolor!
Esa música que viene un recuerdo a despertar, ¡cuán honda tristeza tiene! ¡cómo hace a solas llorar!
Cogiendo en el huerto flores una mañana la vi. La misma canción de amores, cogiendo flores, le oí.
Tocando, en la noche en calma, su flauta sigue el pastor. Llora el recuerdo en el alma... ¡Volvió el antiguo dolor!
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Poeta
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Por el parque, abstraída, bajo el cielo otoñal, donde puso la tarde lividez de marfil, el semblante cubierto con un velo sutil, de la Quinta Avenida va la flor ideal.
En contraste armonioso con lo obscuro del chal las mejillas resaltan, como rosas de abril, y parece, en su coche, Dogaresa gentil que en su góndola fuera recorriendo el Canal.
La adorable flor rubia de esta enorme Babel se confunde, a lo lejos, entre el raudo tropel de las hojas marchitas, bajo el cielo otoñal;
Mientras sueña en su triunfo, cuando al brillo del sol, en París, el bosque, sea un áureo arrebol De su muelle carruaje la corona condal.
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Poeta
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Leía y meditaba. Era la hora En que el alma en la carne se ajiganta. El sol caía en la naciente sombra; La tarde se apagaba.
Meditaba, y mi espíritu subía, Subía como al cielo se alza el águila; Me asomé al infinito, y vi tinieblas, Y me perdí en la nada.
Sentí hervidero de astros en la sombra, Y pregunté al vacío ¿dónde se halla Esa luz creadora que los mundos De entre el caos levanta?
Y subía, y subía... Lo impalpable A mis ojos abríase sin vallas; Y en la sombra, sondando lo infinito, Mi espíritu flotaba.
De repente la luna alzó su disco. Brotaron las estrellas a miriadas; Y la noche me habló con su silencio, ¡Y Dios habló a mi alma!
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Poeta
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Ya aspiro los aromas de su huerto; Las brisas gimen y las hojas tiemblan. Cuán bella ¡oh luna! a nuestra cita vienes... Sueña, alma mía... ¡sueña!
Herido traigo el corazón... ¿Deliro? ¿Es el canto del ave que se queja? Es su voz... ¡y me llama! ¿Por qué tardas? Ven, mis brazos te esperan.
¿Son mentira tus besos?... ¡No me engañes! Ábreme tu alma y cuéntame tus penas. ¿Lloras?... ¿por qué ?... Si nuestro amor es crimen, Crimen, bendito seas;
Traigo para tu sien una corona, Para ensalzarte mi arpa de poeta. Yo haré en mis cantos, alma de mi alma, ¡Nuestra pasión, eterna!
Jura otra vez que me amas, que eres mía; Jura... ¡nadie ríos oye! ¡Nada temas! —«¡Tuya! bien mío... ¡para siempre tuya!» ¡Sueña, alma mía... sueña!
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Poeta
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En la vieja Colonia, en el oscuro rincón de una taberna, tres estudiantes de Alemania un día bebíamos cerveza.
Cerca, el Rhin murmuraba entre la bruma, evocando leyendas, y sobre el muerto campo y en las almas flotaba la tristeza.
Hablábamos de amor, y Franz, el triste, el soñador poeta, de versos enfermizos, cual las hadas de sus vagos poemas:
«Yo brindo —dijo— por la amada mía, la que vive en las nieblas, en los viejos castillos y en las sombras de las mudas iglesias;
»Por mi pálida Musa de ojos castos y rubia cabellera, que cuando entro de noche a mi buhardilla en la frente me besa».
Y Karl, el de las rimas aceradas, el de la lira enérgica, cantor del Sol, de los radiantes cielos y de las hondas selvas,
el poeta del pueblo, el que ha narrado las campestres faenas, el de los versos que en las almas vibran cual músicas guerreras:
«Yo brindo —dijo— por la Musa mía, la hermosa lorenesa, de ojos ardientes, de encendidos labios y riza cabellera;
»por la mujer de besos ardorosos que aguarda ya mi vuelta en los verdes viñedos donde arrastra sus aguas el Mosela».
«¡Brinda tú!»—me dijeron—. Yo callaba de codos en la mesa, y ocultando una lágrima, alcé el vaso y dije con voz trémula:
«¡Brindo por el amor que nunca acaba!» y apuré la cerveza; y entre cantos y gritos exclamamos: «¡Por la pasión eterna!».
Y seguimos risueños, charladores, en nuestra alegre fiesta... Y allí mi corazón se me moría, se moría de frío y de tristeza.
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Poeta
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En el poniente el esplendor del sol se diluía, y mi caballero, en un vetusto puente, meditaba y decía:
—"Judith, Ana y Arminda, y Lidia, de labios sensuales, Inés, la rubia linda, todas fueron iguales!
Soñadas alegrías ya sois cual secas rosas! Ay! Y en vano mis días, tristes días, quisieran ser doradas mariposas...
Cansáronme los besos, y el hastío a mi lado ya veo. Del desencanto invade mi corazón el frío, y no he saciado nunca la sed de mi deseo.
El alma traigo envuelta en una túnica que ha tejido el Cansancio en horas tristes ¿En dónde estás, si existes? ¿En dónde estás, oh única?
¡Responde al que te ama! ¡Debo olvidarte como bien perdido! Responde al que en las sombras a ti clama; ¿Vives, moriste acaso... o no has nacido?
Y no cruza ninguna mi camino, Princesa rubia o bella Zagala, sin que diga a mi destino: ¿será ella?
Una niña vi un día junto a una anciana de cabello cano, y me dije: ¿Cuál de ellas es la mía? ¿Llegué tarde tal ves?... ¿Llegué temprano?
Busco el jardín soñado de sus encantos a la luz se abrieron, y la llamo... ¡y tal vez pasó a mi lado, y llorosos mis ojos no la vieron!
Cuando creo que nunca he de encontrarte, cómo sufro al pensar, oh dulce amada, ¡que quizá vives, sola y desgraciada, y que no puedo ir a consolarte!
Murió la Primavera; también pasó el Estío y viene ya el Otoño las hojas arrancando, y mientras en tu busca voy llorando, me esperarás llorando, dueño mío.
Y prosigo buscándote rendido, aunque una voz en medio de las sombras irónica me diga: la que nombras ni vendrá... ni está muerta... ni ha nacido!"
Al extremo del puente, airosa dama surge, suelta la rubia cabellera, y su voz en el viento, pálida rosa, clama: "Yo soy la que aguardabas. Ven, que mi amor te espera".
El caballero parte... Traicionero Abismo era ese puente; y al instante rodaron al torrente caballo y caballero
Hervía un mar de sangre en el poniente mientras de sangre el agua se teñía, y allá, al extremo del hundido puente, la dama reía... reía... reía.
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Poeta
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