Crónicas :  NADA SUMERGIDA
“muchas veces me gustaría ser Ofelia y navegar entre aguas profundas solo para respirar la soledad de la flora y ya.”

Como una Ofelia navegando sumergida entre las aguas profundas solo para respirar la soledad de las algas y las raíces también sumergidas de los nenúfares y los jacintos de agua y los lotos con sus flores estalladas en sus colores de acuarelas encendidas en la superficie de espejeante estaño, repitiendo en sus reflejos el otoño vencido ahí en el entreaguas con tu rostro dulce y tu halo de romántica lejanía, de esa belleza tierna que despierta los carassius y asusta a los caracoles. Instaurada solemne bajo esa flora acuática que cuidan las larvas de las libélulas para que la luna pálida como tu piel anegada no la convierta en piedras por su alta envidia lunar. Yaces inundada y dormida porque la vida se te hace difícil, sin saber que la vida no es buena ni mala, simplemente va sucediendo en un azar sin sentido, sin pauta ni plan de ceremonias, y eso te da ira y tus ojos se encharcan hacia las aguas profundas arrastrando tu cuerpo de ninfa para que la refracción de su cristal te haga sentir linda, atractiva, sensual, provocativa, sexual e inquietante para que cuando los hombres narcisos se asomen a mirarse en la extensión quieta de la superficie del agua estancada queden hechizados por la Ofelia que navega sumergida entre las aguas profundas respirando la soledad de las algas y las raíces también sumergidas de los nenúfares y los jacintos de agua y los lotos con sus flores estalladas en sus colores de acuarelas encendidas. Y se quedarán ahí atrapados en tus reverberaciones evocando sus primeros amores de florcitas o poemas, o las mujeres que desearon y no poseyeron o las que los abandonaron por ir a sumergirse como dormidas en las aguas más profundas para respirar la soledad de las algas y las raíces empantanadas de los nenúfares amarillos y de los jacintos de agua lilas y azules, y de los lotos de rosa intenso que flotan soberbios como los galeones que llegaban de la Indias con sus cargamentos de oros robados a los dioses derretidos, cargados crujiendo carcomidos pero felices de la cosmofilia de un imperio de espanto. Y te vas hundiendo en el sueño de esas aguas contaminadas para siempre con el veneno de tus perfumes dulces como tu apariencia mágica de Náyade incipiente esparcida desde los manantiales de tu boca imbesada por los arroyos y riachuelos de tus tristezas atávicas hasta las insondables fuentes, estanques y lagunas de tu evanescente desamparo. Y ya.
Poeta

Crónicas :  CONSECUENCIAS
Parce que change-je le visage du Vizconde?
La Comtesse de Chapelet.

Cambió el rostro, el seño, la mueca, cambió la mascara de ese día a mitad de la tarde, dejó la sonrisa pendiente, la risa cerrada y la mirada confundida, halcón rapaz, buitre, furtivo cazador o bestia negra, predador cansado miró la lejanía de tormentas allá donde sabía que sus engañifas de payaso ya no se sostenían con la misma verosimilitud de sus disimulos de humilde perro callejero. Cambió lo que pudo para seguir bebiendo de ese cáliz dulce/amargo (nunca sabía como iba a ser el próximo sorbo), para esperarla en el silencio de su telaraña, buscarla detrás de sus mascaras, para humillado mostrarse ante ella en un desesperado 'soy como soy' para predar en su cercanía como un niño asustado, asombrado de imágenes y perfumes, de palabras afiladas, de sobrios desencantos. Pequeño poeta de plagiantes verbos, hombre de mal trato, oscuro macho acongojado, todo lo era y no lo era a la vez, pero no le importaba porque seguían habitando el mismo sueño. Búsqueda o cesantía, deambulaciones, todo poseía esa soberbia majestuosidad de los albatros, evasivos en su siempre lejos, inaccesibles, ausentes, solo sombras huidizas sobre un oleaje de mar adentro. Cambió de nombre, de imago, de idioma, dejó que los días escurrieran por sus causes erosionando el tiempo de arcillas y caolines, la dejó desvanecerse en sus opios venenosos. Persiste en las rosas el otoño en sus intensos rojos enunciados como misteriosos relojes de sol que tañen las otras horas en su refinada incandescencia. Mezcló los colores de sus acuarelas con los tintes de un río que no iba a conocer ni en sus camalotes verdeando en la corriente zaina ni en sus islas de enfrente. Conoció las coloraciones de los escarmientos, la otredad que se oculta en el tornasolado del despecho o los celos, en el abandono y en la intermitencia de las lluvias sobre el tejado y las esmeraldas esparcidas de los musgos del final de los inviernos. Supo de simbologías y semióticas, de códigos, de los corolarios de la pérdida y de las imposibilidades del tálamo con sus vértigos y sus anarquías. Pero al final del día miró de soslayo los signos que las orugas estaban perpetrando en las hojas agonizantes de la renovada trama otoñal y tradujo en ellos esa única certeza; la vida simplemente sucede. Contempló entonces con muy digna resignación las últimas cicatrices y con melancólico cinismo se acicaló la piel para la próxima derrota. Vale.
Poeta

Crónicas :  NINGUNA
Io non so ben ridir com' i' v'intrai,
tant' era pien di sonno a quel punto
che la verace via abbandonai.
Inferno: Canto I. Divina Commedia. Dante Alighieri. Circa 1304.

Sería viernes o la mañana del día del infierno, porque las tardes la asustaban con sus madreperlas y sus albures de penumbras que vienen, de noche intacta, de sonámbulos y murciélagos, y no las mañanas en que todo se ve como es y se descubren las mentiras, los engaños, las malas pécoras y los lobos embrujados, por eso tenia que ser ese viernes mejor que la mañana del infierno porque en esa hora última nadie sabría ni de su nombre ni de sus ilusos ritos de salvación por la escapadera y el tumulto de cobardes golpeándose el pecho y de arrepentidos desenredando rosarios de madreperla. Y lo dijo con ese desgano lánguido y hermoso de las hembras que se saben divinas, con la boca en sonrisa mustia y los ojos como dormidos, sería entonces viernes, ese viernes escarpado, desesperante, largo como un tren atravesando la lluvia, que no dejaba nunca de pasar, de suceder sin solución de continuidad, sin amparos ni sosiegos donde echen musgo las piedras y socaven las raíces las cárcavas de las aguas de las lluvias que atraviesan los trenes. Hubieron otros viernes antes pero ninguno con sus ojos, con su rostro doliente y la furia encendida en la mueca soberana de sus labios, ninguna, como en aquel tango de Manzi: No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, ninguna con tu piel ni con tu voz. Tu piel, magnolia que mojó la luna. Tu voz, murmullo que entibió el amor. No habrá ninguna igual, todas murieron en el momento que dijiste adiós. Porque eso era este viernes de la mala hora, era una tumba abierta que esperaba bajo un estricto otoño, perfectamente definido desde el día primero, desde el inicio de risitas y perfumes, de roces de manos, de miradas coquetas, de inquietantes susurros. Sería viernes, eso estaba declarado, un viernes ubicuo, innegable e inevitable, se sabía, tanto así que nunca se habló de ello ni en los mejores afanes ni en las peores madrugadas, no era necesario, iba a ser viernes porque ese era el día más propicio para ensangrantamientos y cruxificciones, en mitad del otoño de las lluvias sobre los trenes y la sepultura vacía esperando en medio de un cementerio de huesos de ballenas azules que encallaron huyendo del mar de los muertos. Era su viernes, ninguna como ella podía convertir un día cotidiano, sin más interés que las burbujas elevándose soberbias y majestuosas por sobre las flores fucsias o rojas (el preciso recuerdo se borró con ella) de la buganvilia apegada a la pared de ladrillos en el borde de un jardín inexpugnable, en una sombría jornada de terror y desesperanza suicida. Vale.

Poeta

Crónicas :  OSCUROS BARROCOS DEL SUR DEL SUR
Hacia el invierno sur surcando un sonoro verde estrellado por la lluvia de las comarcas del mapuche, cruzando los climas, los vientos fríos, los humos, la calle ancha con sus rosas rosadas, y luego hacia el bajo hasta el rió lento de mansas aguas verde botella. El estero sumergido en la anchura de la niebla, en su desembocadura está la luna con un halo difuso en imperfecto creciente asomada por una quebradura del cielo negro noche, y hacia la naciente de las aguas camaroneras las estrellas marcando el sur del sur con sus brillos acerados de diamantes nocturnos. Una nube como ola se devuelve por el rió ancho y aun dormido sin estrépito de rompiente y lenta como si viniera de un mar adentro sin apuro. Y se derraman las brumas cerro abajo por el borde del cauce con su humedad fría y mortecina. El sol mañanero es un leve rubor en el borde bordado la alta nubosidad asustando los queltehues y despertando las pocas casitas repartidas en un azar estepario por las riberas del espejo del río que duplica la trama de los bosques de ulmos, avellanos y raulíes mientras el sol ya estalla allá en el oriente entre cantitos de pájaros entumidos. Después, otra vez el rió manso, detenido, de una tonalidad azul verdosa de aguas muertas entre hondas espesuras de umbrosos bosques nativos. Un olor a lluvia inminente, certeza que no se cumple porque un sol acongojado se escapa de los algodonales de las nubes grises para ir a deslumbrarse en el cristal detenido del río verde de reflejos de los bosques inmemoriales. Porque el amanecer es solo eso; un deslumbrón tardío de un sol acobardado ente la majestuosidad de un paisaje prehistórico pintado por las centurias con la paleta de los mil y un matices del verde. Un chucao estrepitoso e invisible define sus coordenadas instaurando la mañana. Tiuques y queltehues lo secundan desde el azul cielo y el verde potrero. Una jungla de quilas, canelos y árboles de leña, barro por el sendero de los bueyes, aguas en las huellas, nalcas y helechos verdeando los taludes de esquistos y cuarzos. Selva entinglada de renovales, claros con pastos duros y florcitas amarillas como dibujadas con sus abejas seducidas lejos de sus coloridas colmenas. Entonces la lluvia intermitente y lejana, inalcanzable, como si no lloviera, los tordos fúnebres antes del viento con su tráfico de nubes, abajo el río ancho herido de una estela alba antes del silencio. Se cruzan las estaciones y los climas bordeando el rió bordeado de las mismas florcitas amarillas y pedregosas arenas gruesas y arboledas, donde el otoño está en las moras negras y rojas de las zarzamoras, en los ocres incipientes de las hojas de los árboles cabizbajos. Un yeco negro o su sombra o su silueta vuela bajo el nublado al borde lluvia. Los leñadores clandestinos hacen brotar sus rojizas varas de leña a la orilla del camino que bordea el río para los fuegos hogareños del invierno o suben río arriba en sus lanchones leñeros por el sosiego del atardecer silencioso. Un croar de ranas asoma la noche con su barullo de circo para que la soledad se quede parpadeando detenida y no se la lleve el río hasta el mar del bajo y se confunda con las arenas de la barra y al picoteen las gaviotas hambrientas. Tristes bueyes bajo la brusca nubada de lluvia, lentos, cansinos, como a tranco dormido en la yunta. Llueve, hay viento, leves arreboles se van yendo, allá por el frente sobre el monte en sus verdes oscuros la luna impávida que fulge su esplendor de plata cristalizada mira desde un claro del cielo, nubes oscuras que los bosques destilan, el río como siempre, lento. El atardecer aun no se desmorona y ya las ranas croan equivocadas/engañadas/confundidas por la luna. El sol es un escándalo de vagos amarillos esplendiendo por el oscuro vértice femenino de los montes entramados de boscajes. Es el amanecer último; llueve.
Poeta

Crónicas :  EQUINOCCIAL DIFUSO
Tingángo: Polígono de tres lados determinado por tres rectas que se cortan dos a dos en tres puntos no alineados. Diccionario Piliano.

Ciertos pájaros anidan en frondosos árboles de guirnaldas y celosías, de hojas de glaucas esmeraldas y ramajes de ónice veteado, de profundas raíces bajo las perpetraciones del azafrán y la borraja. Algunas algas perplejas navegan los mares buscando los grandes crustáceos de caparazón dorada, las arenas impuras de las playas escondidas, las espumas alborotadas de las rompientes y los cascos de venerables maderas de pino curadas al sol. Hay invertebrados luminosos, lamparillas de carnaval, cirios vetustos, luces tremolantes que convergen y divergen contra el terciopelo negro azul de las noches de un trópico secreto con sus carabelas y sus medusas, y fuegos de San Telmo y volcanes submarinos. Suceden días a contramarea, a contraviento, a contracorriente, a contrapelo, días de desambiguaciones y desencantos, con los atardeceres torcidos y las noches con herrumbres. En la placidez de los parques, por el borde de los rieles de los trenes de las lluvias, donde los dedales de oro, más allá del río de las aguas salobres con sus oasis de paja brava y los pastizales tristones, la memoria se aconcha y se evapora dejando solo pequeños salares con aquellos recuerdos insolubles. Aun se ven las huellas de las emigraciones iniciales de las aves por un cielo prehistórico buscando los humedales de verdes y aguas, las lagunas atestadas de peces plateando en la luz de esos primeros días, los senderos invisibles sobre los extraños territorios recién despertando de sus tectónicas fundacionales. En las piritas de un camafeo de lapislázuli la geología subterránea pintó un arrabal perdido, un ábaco sin cuentas, los ojos oscuros de una pecatriz babilónica y un titiritero ensillando un mastodonte contra el murmullo de un arrebol melancólico. Entre el alboroto de los lúpulos presagiando las cervezas con la evocación y la inocencia de una disyuntiva de ebrios y bacos siniestros una copa vacía ladra a la noche que se avecina. Por entre follajes se vislumbran los rojizos tarderos, el delicado turquesa que recuerda un antiguo verde nilo, y grises altostratos borronientos que vienen huyendo del poniente y negros pájaros dormidos en sus vuelos. Y hay una palabra indescifrada que escriben las sombras de las anclas sin mar abandonadas con sus costras de óxidos y sus leguas marinas en los parques, en los malecones, en los puertos, en las plazas, oyendo los oleajes de lejos como un rumor de cadenas en naufragados escobenes. Un otoño agazapado comienza a pintar sus ocres, rojos y amarillos con la ladina calma de un rinoceronte encelado.
Poeta

Crónicas :  CURSILERIAS Y OBVIEDADES
Ríndete al error, al ensueño, al desfalco irrestricto de afectos, amores y pasiones, sin pensar sino en el hoy que transcurre mientras lees como una afilada guadaña en un campo de trigos maduros. Así sin aviso déjate naufragar en un cielo sajado por los vuelos de las palomas, olvídate de las premoniciones de lluvias venideras, ocúltate de los soles que hacinan las sombras contra los muros cubiertos de hiedras, y reclúyete imperturbable en los palomares escondidos en los entretechos de antiguos castillos del acecho de los halcones y los cernícalos. Olvídate de todos los nombres que horadan tu memoria, y de sus rostros y de sus manos, y confunde los días, los caminos, las esquinas, y vaga sin cartografías premeditadas ni equivocados mapas de tesoros, y navega sin brújula ni astrolabio por los mares que vinieren, y cruza los océanos sin esperanzas de archipiélagos ni islas encantadas. Deja tu equipaje en la estación y sube en cualquier tren sin siquiera intuir para donde está el norte con el sur traspapelado por las emigraciones equivocadas de las aves ciegas y el sol mismo atajado por tus premuras entre oriente y poniente. No hagas la pérdida que imaginas para que no se te cumplan los designios de ignominia que te prometieron los naipes torcidos de la baraja del ahorcado. No proyectes, no preveas, no siembres para cosecha sino solo por ver las flores, en cada bifurcación toma los dos senderos, no trunques tus pequeños destinos instantáneos ni cierres las puertas entornadas, no abundes en penumbras ni penurias, y corre por el pasto fresco en las mañanas, pasa el día espiando las nubes entre las ramas del árbol que te da sombra, colecciona los ocasos ordenándolos por los matices de sus sonrojos, entra en la noche como en un baile de máscaras y descubre cada amarillo de los amaneceres como si hubieras nacido poquito antes que canten los gallos. Fluye, deslízate, escurre, aprende del sigilo del silencio, toca las cosas y los cuerpos, pisa los charcos y persigue sus libélulas. Disfruta los acantilados y los laberintos, el vértigo de lo alto y la sordidez de las cloacas, la simpleza y la complejidad, porque entre cima y sima debiera estar la clave de Universo. Asume la nada, el vacío, la impotencia ante la muerte y el milagro momentáneo de la vida. Quizá así el pasado se te diluya cansado de esperarte y te quedes a la gira en el presente sin el entramado siempre desobediente del precario porvenir.
Poeta

Crónicas :  IDOLATRIA
Era una fiesta su cuerpo de púrpuras engalanados y verdes muy floreados, un aquelarre de sutiles desvergüenzas y prístinos desparpajos, en el cielo raso un coro de arcángeles marchitos, paulatinos, exhaustos, contenidos, van dejando en el aire una estela pulvurulenta de rosados atardeceres como limaduras de rodocrositas avivadas por las turbulencias de un haz de sol que irrumpe por el intersticio que declara su origen en la luna del espejo. Los bronces abundan en los reflejos de una luz mortecina y en su piel un jaguar derramado ruge asustado del gato que huye sigiloso y embelesado no de ella sino del perfume, de la copa, de la lámpara, de la pulsera y los anillos diamantados. Una mano en el sopor del descanso, la otra declarando su infinito hastío, ambas bajo esa luz mortuoria de delicados púrpuras y verdes congelados. La palidez cercana al miedo relumbra entre la soberbia gestualidad del desgano y la caoba que repite la copa azul y el platillo de los empolvados pasteles. Un carnaval de plumas y pieles celebra el hombro mórbido y desnudo, las largas piernas y la venatura de la mano. Cierta melancolía como de paloma extraviada se le adivina en los ojos, en la boca, en esa fijeza magra de maja asediada. Exultante un jarrón aurinegro domina la fanfarria de objetos enquistados, ella perseguida de otras mariposas esplende en las sedas de sus colores que aletean sus fugaces interferencias de luz. Galanura del cobre de su pelo encendido en el centro como un pabilo, vagancias de sus fosforescencias en sus rituales de cortejo, en su devoción asumida y en sus extensos encantos dilatados hasta inundar los venusterios y los antros de rojas luces perdularias. En actitud o postura de ideograma intraducible de un idioma de feroces mastines y señoríos sin horizontes, de reinos de miuras o bisontes, de los territorios donde pastan los unicornios y medran las gárgolas en las nocturnas catedrales. Los tintes oscuros en el vértice de su descuidado escote trazan con tibias sombras edípicas los rumbos a los abismos del desasosiego o a los acantilados donde se erigen las tumbas de los pecadores de las cuencas vacías. Un vaho de clavicémbalo barroco a la manera de Giuseppe Domenico Scarlatti la cerca, la ciñe y la aísla en su ámbito lánguido de perfecta señora de los sueños intranquilos. Ebrios de su sorprendente palidez nadie aun ha percibido que sus ojos ensimismados ya estaban desde antes atrapados en la serenidad y quietud de un mármol imposible. Vale.

Poeta

Crónicas :  INCESANCIAS
Te busco entre los escombros y la fuga, entre lirios y salamandras, en los acantilados del exilio que dejó tu nombre, en las furias sajantes de las arpías y los venenos tiernos de las medusas, en las oquedades, en las vertientes, en el templo donde se queman los inciensos a tu imagen de mármol y oros antiguos. Más allá de tus susurros, entre tus labios de silencios hundidos, en las comisuras quietas de tu boca de besos, debajo de tus manos, arriba de tus ojos, en tu borde de río en estiaje, en los salmos de la tarde y las ceremonias del nocturno incipiente, cerca del bosque de magnolios y la selva virgen de pasionarias entristecidas, allí en los cañaverales de las marismas y en las playas de las islas, tus islas del invierno sin ti. Hacia las arcillas muertas de la orillas, en la cadencia de las garzas en sus vuelos, por los pedregales lavados y los soles encendidos te busco con afán de canoero perdido y exhausto, de conquistador abrumado por los vestigios de los senderos que llevaban a ti y que ahora se cruzan y giran y se devuelven y desaparecen y se hunden en las ciénagas secretas donde tu nombre es un mapa borrado por el tiempo. Busco tu piel, toda extensa y desnuda, su calor embebido y su tierna impudicia, para poseerte en un amor de caracoles que nos envuelva en las babas y espumas de un sexo primigenio, ancestral, un sexo de delicadas perversiones que desmembre y fragmente tus deseos con la turbia densidad de un ansioso escarabajo en celo. Busco tu vértice de orquídea para escandir susurros en tu vórtice trémulo, y beber allí ebrio de ti los néctares del rito de los brebajes que silencian las palabras en el dulzor hondo de tu cuerpo, te exploro buscando el verbo en tu aroma para desatar mis espesos delirios en ese sensible palimpsesto para borrar todos los vestigio de otras voces que no cantaron como yo ahora canto y busco tu piel entera. Voy hacia la noche a seguir buscando tus parajes encantados en el sándalo que inunda tu piel cuando sueñas, cuando te me escapas por los laberintos de madreperla donde anidan tus rencores y tus magias, cuando duermes entre el oleaje de tus sabanas rendida a tus cansancios y hastíos, sola, impenetrable, casta vestal del santuario de los lirios desnudos, hembra de furias y tormentas, mujer de amor extasiada, dama de los rocíos que cristalizan en el jardín de las rosas que miro absorto antes de entrar en el ultimo de tus crepúsculos.
Poeta

Crónicas :  Dedicado a nuestra querida gente mayor
Dedicado a nuestra querida gente mayor
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Gaviota Romero Blandino


Hoy día, en un mundo carente de amor y de respeto al prójimo.
Se ven a las personas ancianas como un estorbo, una carga difícil de llevar.

A estos ancianos los abandonan en gasolinera, cuando llega el tiempo de las vacaciones u hospitales, alegando enfermedades que en la mayoría de las veces sólo es consecuencia de la propia vejez y carencia de amor.
En lo mejor de los casos los dejan en residencia para la tercera edad; suena mucho mejor para algunas conciencias.
Todos debemos pensar, que si no morimos de joven, tarde o temprano nos hacemos viejos.
Mi madre me contó cuando niña un relato, que me hizo impacto en aquel momento, y siempre sigue emocionándome cuando se lo cuento a mis hijos.
Andaban por el camino polvoriento, padre e hijo, hacia un calor sofocante.
El padre arrastraba los pies, le costaba trabajo andar.
De vez en cuando miraba a su hijo con ojos tristes pero, el joven no se percataba de la tristeza que embargaba a su padre.
El anciano miraba sus manos ya no eran fuertes y firmes ahora estaban deformadas, y apenas tenía fuerzas en ellas.
¡Cuántas veces había levantado del suelo a su hijo! Cortando durante semanas los troncos que los calentarían en el largo y frío invierno.
Todas las mañanas madrugaba, para llevar las hortalizas al mercado del pueblo; sus manos entonces fuertes guiaban diestramente las riendas de los caballos.
Respirando profundamente, dijo con voz queda, ¿cómo podía una persona cambiar tanto con el paso de los años? Nunca obtuvo respuesta a su pregunta.
Sentía sus piernas pesadas pero no obstante, siguió caminando hasta que sus piernas empezaron a temblarles.
Le pide a su hijo que por favor hagan un alto en el camino, pues se siente agotado, así que se sienta en una piedra, que hay en un lado del camino; saca un pañuelo, se limpia el sudor que baña su arrugada frente, y mirando al suelo comienza a llorar amargamente.
Su hijo, sorprendido le pregunta: -¿padre por qué lloras?
El padre con la voz entrecortada por los sollozos, responde.
-Hijo mío, hace muchos años atrás mi padre se sentó en esta misma piedra, cuando yo lo llevaba al asilo donde tú, hoy me llevas.
Él hijo con la voz temblorosa le dice abrazándolo... - ¡vamos padre, levántese! Regresemos a casa. El padre sorprendido pregunta, -¿no vamos al... asilo?
No padre, no quiero que el día de mañana mi hijo, llegara hacerme algo tan terrible, como yo pensaba hacer.


Cuando te haces viejo.
El tiempo, como el agua, que río abajo va
¡Nunca volverá a su origen materno!
El ayer recuerdo, siempre joven y bello.
¿Por qué no duró?
¡Sólo fue un momento!
¿Por qué nos parece el pasado mejor,
el presente aburrido, y futuro tan incierto?
Todo quedó atrás, se lo llevó el viento.
¿Qué pasa en mi piel?
¿Qué siente mis huesos?
¡Qué largo es el tiempo,
cuando te haces viejo!
Poeta

Crónicas :  EMBESADOS
Sí, nos seguiremos besando a pesar de los mustios guardianes o las magas intocables, nos besaremos detrás de los muros de las catedrales, en los zaguanes de la lluvia, en lo más alto de los nidos de los pelícanos, en los suburbios con olor a trenes o madreselvas, en los puertos de la noche, en la calle roja de los burdeles, sobre los plintos de las estatuas destruidas, en las aceras y los parques, en los sitios eriazos, en los comedores de pobres, en los manicomios y en las clínicas de fertilidad, abajo en las alcantarillas y en las galerías laberínticas de los hormigueros, a ras de tierra y en hirviente asfalto, en las aguas de las fuentes y en los pajonales de los bajos del río, embriagados de salivas, heridos de dientes, atragantados de lenguas seguiremos besándonos por las calles a favor de las madrugadas, a contrapelo del trafico, atravesados en las rutas rutinarias de los agentes de seguros, de las secretarias y de los dentistas, debajo de los puentes y de las mesitas de los cafés, arriba de las mesas de aquel bar de la Rivadavia, en los mostradores de las boutiques entre la algarabía de las damas chillonas, hundidos en el silencio de los anaqueles de las bibliotecas, perdidos en los intersticios de los adoquines de la calle larga y empedrada, en la repisas de las cocinas de las señoronas de sueños dormidos, en los portales de los conventos y de las abadías, sin descanso ni calma, seguiremos a besos arrastrados por los torrentes de los inviernos, recién florecidos en las brisas primeras de las sorprendentes primaveras, endulzados por la vendimia de los otoños, buscando umbríos lugares en medio de los estíos, seguiremos urgiéndonos a besos brujos, a besos de cristal, y a besos de chocolate, sin rendirnos, sin cansarnos de la boca del otro, enviciados y soberbios con los labios húmedos y mordidos por los fervores de los besos, sin dormirnos en los laureles ni besarnos en las mejillas, besándonos con desparpajo, con erotismo, con morbo, con toda la pornografía posible, y porque no, también con la imposible, sin saturarnos nunca por la sobredosis de besos porque hay que dar al Cesar lo que es del Cesar, y tu boca es mía y la mía es tuya, y seguiremos besándonos, piantaos e impúdicos, felices y excitados en los callejones y las callejuelas, en las orillas de los riachos y de los arroyuelos, y así seguiremos a besos locos, embesados por siempre y para siempre sin solución de continuidad hasta que nuestras arcillas separen nuestras bocas por lo poco que quede de eternidad. Vale.

Poeta