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Como rayo de luz en la inmensidad de un abismo tus ojos, tú risa un verismo tu amistad como el abedul.
Tú nombre sencillez y fuerza tu ser emana alegría y rabia escondida tus ojos avellana miran la noche rendida Y como siempre toda tú sigue y se esfuerza.
Tú amistad es infinita como si contar las estrellas yo quisiera o el océano sondar yo pudiera, levanta esta alma que se sentía finita.
Y espero al caer la tarde tú voz, tu dulce voz que un suspiro atraen y se acompañan con la mía y se distraen de trivialidades y consejo sin alarde.
Cuál cántaro recibes mi llanto amargo cuál riachuelo arrastro tus piedras hacia la mar para que se pierdan, y es que tú amistad ha sido y será el recorrer de un fresco y diáfano manantial.
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Poeta
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En el desierto una rosa sí, yo atónito me quede pudo ser un geranio, un tulipán pero no, fue una rosa.
Y en su estado no era quejosa sin agua, sin tierra fértil, arenosa, pero así era feliz ni el arduo sol su color disipan ni sucumben sus pétalos a las ventiscas pedregosas.
Paciente, tolerante esperaba a su amante, así pasaran meses o años, y, a ella no se le notaba desengaños.
Dio frutos la espera llegando el amante al ver el cielo encapotarse cayeron en el páramo, labios en forma de perlas que la besaron, la besaron toda, y a su raíz, por la afluente agüera.
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Poeta
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Era ya de noche, la luz radiante de la luna en tú rostro tus rizos delineaban.
Aún dormías y tu ondulado cabello perfumaban; manzanilla, jazmín y crisantemo.
Tú piel mestiza a mi ser eriza, besé tú boca sin carmín ni rosas.
Eres natural, como se te antoja, las paredes murmuran, las flores se deshojan, y entre las sabanas níveas el amor fluyo entre ondulantes líneas y Ateneas.
Era, éramos la primera vez no hubo tapujos ni reticencias, solo una cascada de complacencias.
Tus ojos de avellanas rezuman fulgurantes de pasión, y el aire tenue y fresco del balcón el alba anunciaba el terminó de nuestra fruición ¡cuán raudo pasa el tiempo amada mía cuando hacemos el amor!
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Poeta
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En el arroyo inclinada tú reflejo al paisaje agrada, de súbito te levantaste y tu tez al sol, brillaste.
Me acerqué cauteloso para estar a tú vera y tu belleza, ¡ah! tu belleza, era una primavera ya a tu lado, me decidí hablarte, todavía algo temeroso por preguntarte.
¿será tú alma algún día mía? ¿podrán reflejarse juntos nuestros cuerpos mortales qué yo descubría? ¿me dirás esa palabra sagrada, amor? y yo al final te miré con candor.
Tú silencio, fue para mí una eternidad, me miraste, sonreíste y con serenidad me dijiste: me incline al río porque vi tu imagen y la brillantez del sol fue tu alma, donde en este infinito cielo nuestro amor convergen.
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Poeta
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Yo tengo una amante, que me llena y despierta, seductora y envolvente me invita a la cama todos los días, todas mis noches, me cubre con su peso entregándose absolutamente toda.
Compañera fiel y constante, siempre está, siempre ahí para mí, yo tengo una amante que por años me suplica no dejarla, y me es doloroso pensar en hacerlo, yo tengo una amante que debería decirle adiós, pero me es difícil abandonar para poder liberar la culpa de una vida a oscuras, esa vida que una amante calladamente te regala.
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Poeta
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Otra mañana ominosa, péndulos, los rayos de sol fustigan el vergel de rosa, en un sonsonete de hora tras hora.
El aire rancio, el cielo rojo ladrillo el alma mortecina, de rojo rosa, viva, encarnada, doliente, y los caninos chirrían, y al espíritu, hora tras hora tic toc, tic toc, fustigan sin perdón.
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Poeta
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Estimo que ella no sabía de mis intenciones, porque la vi llorar, y su alma, como un cristal a punto de quebrar terminó por despedazar.
Leí una vez, que quien a un alma entristece condenado al infierno, al inframundo merece.
Mis palabras, mis caricias no llegaron a consolar, cuanto más estaba más sufría, más se afligía más se apenaba, nada la hacía cambiar.
Decidí levantarme retirarme y dejarla con su llanto, con su pena en el crisol.
Ora, por no saber ella, de mi estimable sentimiento, ¿Iba apartarme de su querella?, no más bien yo si se pudiera Trocaría su dolor por belleza.
Y decidí así como la sombra permanece reflejada, muda, cercana y a la vez no tan cerca seguirla sin que ella lo lo supiera a su lado atento a sostenerla, abrazarla, cobijarla a rezar por ella mientras duerme.
Y tal vez quizá, aquel crisol se convirtiera en un bol un cuenco donde su alma al fin pudiera estar en calma.
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Poeta
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Nuevamente sonríes, y el reventar de olas mansas tranquilas, son tus risas, picaras eximias, el mar turquesa diáfana deja ver los corales y revoloteando los peces vuelan henchidos de alegría.
¡Ah! nuevamente sonríes y a pesar que la golondrina tenga que migrar, ella, ella permanece extática.
¡Ah! Nuevamente sonríes, y es como si estuvieras en la bahía, cuando el alba aparece, la neblina se hace menos densa.
¡Ah¡ nuevamente sonríes, ya que el árbol de Lupuna que estaba exánime, vetusta, enjuta, ahora está con vida, frondosa, robusta.
¡Ah! nuevamente sonríes, saltas, cantas, lloras extasiada de alegría, al ver las piedras irse, arrastradas por las olas al retirarse, que son tus carcajadas, llevadas muy lejos por ese mar diáfano turquesa.
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Poeta
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Un páramo azul un océano color arena una gardenia en el frío glacial el sol en la oscura noche la luna en el claro día.
Tus labios estaban fríos, fríos y resecos, echada en mí regazo sin ganas de levantarte, ni la mirada, ni la sabana alba.
Y de los faroles Brotaron escarchas que rasgaron el suave lino, de tus ojos color avellana tornándose rojos, rojos, pero no de pasión, de esa pasión que; que en estas mismas sabanas albas, nos hacíamos uno, donde se confabulaban en tretas infatigables las diosas y dioses lascivos.
¡No!, ¡no! era este color, era, diferente; era un rojo de vesania, donde tu mente en su devaneo iba y venía; nombres, recuerdos, existencias, que musitabas como hablando a la oquedad, ¡Flor! ¡Flor! en mi regazo quedaste quieta, en paz, y tus ojitos a su color avellana tornaron, descansasteis.
El páramo fue color arena, el océano celeste transparente, las gardenias en los días cálidos, el sol en el día, y la luna en la noche oscura.
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Poeta
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La quietud del ser, de lo ya sabido; una mente libre de cadenas que te esclavizan, y un alma en paz, libre de heridas y rencores, está; la sincera amistad, amistad de papá y mamá, amistad de hermanos, y la amistad del amigo, ora en presencia, ora en la distancia, ora en ausencia, ora sabes incondicionalmente, que no te olvidan, ora sabes que no te dejan.
Son dos almas que convergen como dos ramales provenientes de aquellas montañas donde se lleva apacentar un gran rebaño de ovejas; blancas como la nieve, esa nieve que se deshiela y de ahí serpenteante, bajan, finas culebrillas de agua límpidas y diáfanas, uniéndose en un riachuelo y cargando quien sabe alforjas con piedras, que juntos arrojan al mar.
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Poeta
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