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Se traban mis alas cuerdas. Sigo la inercia del destino. Ahora caigo otra nube.
Allí abajo está la Patria. Es mi nido original. Hace mucho no lo ocupaba.
¡Cuánto que salí de ella! Casi estoy por tocarla. ¿Sabré qué hacer allí?
Aterrizo fácil y adusto. Añoro mi cima ficticia. Mi proeza ya no remonta.
Disimulo mi utopía. No sé como disponerla. Aquí impera la mesura.
También la envidia rancia. La aventura desvaría. Nunca usó sus alas.
Percibo cierta hostilidad. Pelearé como un invasor. Lo soy desde que me fui.
Ya no sé si soy inmune. Allí están mis padres. Entonces todo está bien.
¿Cómo me verán ahora? Se duermen susurrando. ¿Conjeturan entrambos?
De mañana hago coraje. Recorro mi historia. Mi historia me ladra.
Mis amigos me recelan. Se disfrazan de maduros. Yo hago lo mismo.
Siguen pareciendo robots. Tienen tanque y antena. (Son termo y bombilla).
Topo mis espejos juveniles. Son de la farmacia vieja. Mezquinan mis dieciocho.
Mi ser versátil suspira. Ésta es mi casa, mi país. Mi país medio en llanta.
Ahora sé por qué me fui. Me fui porque lo culpé. Llevó años sensibilizarme.
La Patria es inocente. Culpable es el poder. Secta que asfixia Patrias.
Siempre viví repartido. A veces descorazonado. Mi corazón emigraba al Sur.
Asumí que quería volver. Sufríamos mutuos vacíos. Ambos planearemos algo.
Ahora temo de verdad. No había perdido nada. Perder esto sería perder.
Es la esperanza parte dos. Es mi nuevo comienzo. Es mi propio confín.
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Poeta
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Bebe el Poeta, y se dice:
“Cual la última moneda de mi lírico alcoholismo, bajo su manta nublosa, la luna, muy sigilosa, se desliza temerosa que yo, me la gaste en vino.
Pero es tarde; ¡ya la he visto! Y la luna, con tu rostro, que no beba más, me pide. Pero mi duda me exige: “¡Bebe poeta, y escribe! ¡Te está engañando con otro!”
Y la luna, con tu rostro: "¡que no le crea!", me implora. "¡Que es mentira de la musa! ¡Que siempre ha sido una intrusa! ¡Que ella se fue por su culpa! Que volverá con la aurora.”
Y el vino grita: “¡Deshonra! ¡A mí, me debes tu ingenio! ¡Llena hasta el borde tu vaso y a nadie más hagas caso que a los que no te dejamos: la musa, el vino y tus versos!”
Y quedó sin luna el cielo. ................ Y la noche, entre gemidos por su poeta y por ella, lamenta llorando estrellas: “¡Qué desgracia! ¡Qué tristeza! ¡Gastarse mi luna en vino!”
Y con permiso divino y con maternal terneza, suplica al noble lucero, que ilumine el mal sendero por donde su hijo bohemio, con paso incierto, regresa.
Y ya seguro en su pieza, tenaz en su ebrio motivo, tienta... ¡gastarse el lucero! Varón éste, y pendenciero, con el revés de un destello ¡doblega al genio del vino!
La noche, viendo a su niño mientras borracho descansa, peinándolo con su brisa, resignada y condolida, le susurra entre caricias: “Mañana...tendré más plata”.
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Poeta
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¿Dónde irán los pájaros ilusos?, si de este mundo el poderío hizo una jaula y su ambición la ronda como un gato de famélicas pupilas corrompidas. Mirad su brillo y ved, preconcebido, de la bandada jubilosa el sino aciago.
Y desplumada su esperanza por honesta y mutada en casco el ala, o en pezuña, ¿dónde irán a soñar los pájaros ingenuos? Caerán allí nomás… o un poco más allá; pero siempre fauces adentro del felino que les destripa la ilusión a los honestos.
¡Pobres, pobrecitos los pájaros ilusos! Tan inconscientes y carnales somos y rige nuestro instinto, tal natura, que a régimen perverso nos somete. Llorando pájaros heridos vamos muchos. ¿Quién nos mandó procrear siendo cautivos?...
Si omnipotencia y gato, ¡nunca duermen!
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Poeta
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Yo no creía en lo irremediable del amor, pero tu mal, astuto, se encargó de demostrármelo. De todos modos, aún revivo la armonía de lo nuestro y me descubro a veces haciéndole al vacío una caricia. Es que puedo jurar que en él estaba tu carita alegre de los buenos momentos. Al igual, antes de dormirme, tu cabeza castaña se acurruca en mi pecho mientras, mimosa, con autocompasión de ‘niña paria’ me pedís: “Decime pobrecita, decime pobrecita”. Es que desde pequeña viviste a la intemperie del amor; donde vicio y perdición acechaban como fieras; que si bien, no te mataron, te mordieron muy hondo. Sonrío, y mientras beso los nimbos de tu pelo, aunque ya no estás, te digo: ‘Pobrecita, pobrecita’.
Pero debo considerar que tu adicción sin remedio, es la directa culpable de tu menosprecio a tanta ternura. Convencerme, (como redentor fallido y con el averno quemándome el pecho) que el demonio recobró lo suyo. Lo hago; ahora veo claro el nunca más para ambos: Tu amor está perdido; perdido como vos, y como yo; sin la calma o la tromba de tu presencia difícil… Pero en tu amor insiste mi corazón ciego.
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Poeta
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Cuando en Ciudad Babel, (Buenos Aires) y desde la inconmensurable altura de tu desdén, arrojaste mi corazón por el morisco ventano a nuestra luna, (bajo cuya complaciente iridiscencia tantas noches hicimos los dos las mil y una) impelida mi arteria, palpitante aún por ti, doy fe, ¡cayó como plomo! (no tanto por su peso, sino por su pesar). Rozó y se rebanó una pizca de su melosa humanidad en la crispada moldura de una gárgola gótica, y otra, en una hoja del floral enredo metálico Art Nouveau de un panzón balcón francés.
Atravesó tres toldos de filigrana oriental y el alto techo vidriado de una marquesina americana de neón. Se desgarró de refilón en la punta de lanza de una verja de hierro estilo inglés, impactó finalmente en la calle de adoquines, colonial, rebotó... ¡y se ensartó! en cuatro clavos de una cama de faquir, que un cambalache, a falta de Biblia y calefón, exhibía como “gancho” de capción en la vereda.
Y ya asediado por tres gatos y dos perros callejeros de irresoluto pedigrí, (aviesos por famélicos, a más) al oír tu taconeo singular, indiferente tú a su suerte, y vanidosa, luciendo tu último modelo Christian Dior y difundiendo, tu fragante Chanel “number…” ¡ya ni sé!; apócrifo todo, trillado y baladí como tu sentimiento; mi maltrecho corazón, emitió, pobre, el último ‘tun’ de un Shakespiriano latido de amor... y feneció.
¿Lo puedes creer?
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Poeta
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