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Mis nervios están locos, en las venas la sangre hierve, líquido de fuego salta a mis labios donde finge luego la alegría de todas las verbenas.
Tengo deseos de reír; las penas que de donar a voluntad no alego, hoy conmigo no juegan y yo juego con la tristeza azul de que están llenas.
El mundo late; toda su armonía la siento tan vibrante que hago mía cuando escancio en su trova de hechicera.
Es que abrí la ventana hace un momento y en las alas finísimas del viento me ha traído su sol la primavera.
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Poeta
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¿Qué hacen tus ojos largos de mirarme? ¿Qué hace tu lengua, de llamarme, larga? ¿Qué hacen tus manos largas de tenderse hasta mis llamas?
¿Qué hace tu sombra larga tras mi sombra? ¿Por qué rondas mi casa? En el beso de ayer hice mi viaje. Conozco tu alma.
¿Para qué más? He terminado el viaje. Tus catacumbas inundadas de aguas muertas, oscuras, cenagosas, fueron con mis manos palpadas.
Tus manos ni se acerquen a las mías, apártame tus ojos, tus palabras. .. los mohos de tus zócalos secaron raíces de mis plantas.
Odio tus ojos largos. Odio tus manos largas. Odio tus catacumbas llenas de agua.
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Poeta
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Para decirte, amor, que te deseo, sin los rubores falsos del instinto. Estuve atada como Prometeo, pero una tarde me salí del cinto.
Son veinte siglos que movió mi mano para poder decirte sin rubores: "Que la luz edifique mis amores". ¡Son veinte siglos los que alzo mi mano!
Pasan las flechas sobre mis cabellos, pasan las flechas, aguzados dardos... ¡Son veinte siglos de terribles fardos! Sentí su peso al libertarme de ellos.
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Poeta
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Es una boca más la que he besado. ¿Qué hallé en el fondo de tan dulce boca? ¿Que nada hay nuevo bajo el sol y es poca la miel de un beso para haberlo dado?
Heme otra vez aquí, pomo vaciado. Bajo este sol que mis espaldas toca a la cordura vanamente, invoca mi triste corazón desorbitado.
¿Una vez más?... Mi carne se estremece y un gran terror entre mis manos crece, pues alguien da mi nombre a los caminos
y es su voz de hombre, cálida y temida. Ay, quiero estarme quieta y soy movida hacia la sombra verde de los pinos.
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Poeta
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Es alta y es perfecta, de radiadas pupilas azules, donde acecha, perezosa una Eva. Su piel es piel de fruta. Su blanca carne nieva y sus trenzas se tuercen como gruesas anguilas.
Un bosque de oro crece en sus blancas axilas. De los árboles rompe la yema fina y nueva. Su boca es de la muerte la tenebrosa cueva. su risa daña el pecho de las aves tranquilas.
Pasó ayer a mi lado, las caderas redondas, los duros muslos tensos soliviando las blondas, los labios purpurados, y miedo tuve al verla,
pues de tal modo es ella, ya, la predestinada que, se comprende, al verla, camina, abandonada hacia el hombre primero que debe poseerla.
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Poeta
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Andas por esos mundos como yo; no me digas que no existes, existes, nos hemos de encontrar; no nos conoceremos, disfrazados y torpes por los caminos echaremos a andar.
No nos conoceremos, distantes uno de otro sentirás mis suspiros y te oiré suspirar. ¿Dónde estará la boca, la boca que suspira? Diremos, el camino volviendo a desandar.
Quizá nos encontremos frente a frente algún día, quizá nuestros disfraces nos logremos quitar. Y ahora me pregunto... cuando ocurra, si ocurre, ¿sabré yo de suspiros, sabrás tú suspirar?
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Poeta
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La vida tuya sangre mía abona y te amo a muerte, te amo; si pudiera bajo los cielos negros te comiera el corazón con dientes de leona.
Antes de conocerte era ladrona y ahora soy menguada prisionera. ¡Cómo luce de bien mi primavera! ¡Cómo brilla en tu frente mi corona!
Sangre que es mía en tus pupilas arde y entre tus labios pone cada tarde las uvas dulces con que pan convida.
Y en tanto; flor sin aire, flor en gruta, me exprimo toda en ti como una fruta y entre tus manos se me va la vida.
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Poeta
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Afuera llueve; cae pesadamente el agua que las gentes esquivan bajo abierto paraguas. Al verlos enfilados se acaba mi sosiego, me pesan las paredes y me seduce el riego sobre la espalda libre. Mi antecesor, el hombre que habitaba cavernas desprovisto de nombre, se ha venido esta noche a tentarme sin duda, porque, casta y desnuda, me iría por los campos bajo la lluvia fina, la cabellera alada como una golondrina.
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Poeta
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Tenías miedo de mi carne mortal y en ella buscabas el alma inmortal. Para encontrarla, a palabras duras, me abrías grandes heridas. Entonces te inclinabas sobre ellas y aspirabas, terrible, el olor de mi sangre.
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Poeta
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Mi boca con un ósculo travieso buscó a tus golondrinas, traicioneras, y sentí tus pestañas prisioneras palpitando en las combas de mi beso.
Me libró la materia de su peso... pasó por mí un fulgor de primaveras y el alma anestesiada de quimeras conoció la fruición del embeleso.
Fue un momento de paz tan exquisito que yo sorbí la luz del infinito y me asaltó el deseo de llorar.
¿Te acuerdas que la tarde se moría y mientras susurrabas: "¡Mía! ¡Mía!" como un niño me puse a sollozar?....
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Poeta
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