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Bella como la noche y como ella insegura la mujer imposible llegó a mi corazón. Tenía en la mirada un poco de amargura y tal vez un poquito de menos ilusión.
No dije una palabra. Respeté la ternura que sellaba sus labios a toda confesión. Una anillo de llanto suplía en su cintura la vanidad coqueta del fino cinturón.
Su voz era la misma. Un poco más callada como si presintiera que estaba la alborada reuniendo silencios para poder nacer.
No adelanté un reproche. No quise interrogarla y comprendí que el llanto que estaba por llamarla jamás a mi cariño la dejaría volver.
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Poeta
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Ya no te quiero tanto. Poco a poco mataste la ansiedad de tu cariño, y el alma atormentada de aquel loco vuelve otra vez a ser alma de niño.
Presiento el reventar de otra quimera, describe un semicírculo el poniente, y la esperanza de otra primavera promete al corazón otra simiente.
Enflora la ilusión, el alma espiga. Agonizan la angustia y la fatiga. En las pupilas se detiene el llanto,
y una voz interior me va diciendo, que aunque sigo tu imagen bendiciendo, estoy dejando de quererte tanto.
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Poeta
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Te esperé con la sangre detenida sobre el silencio en ascuas de tu ausencia. Te esperé soportando la existencia como un lebrel al pie de tu partida.
Te esperé casi al borde de la herida y a dos pasos no más de la demencia. Te esperé en la angustiosa transparencia de aquella noche en el reloj vencida.
Pero qué inútil la mortal espera: Sin pensarlo cité la primavera cuando el invierno helaba mis rosales.
Y hoy que casi olvidaba tu presencia, me estoy enamorando de tu ausencia a través de mis propios madrigales.
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Poeta
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Te quiero así, con celos y con rabia, con toda la potencia de la sangre y sin claudicaciones en el alma.
Te quiero como un hombre enamorado, que comparte la vida y la esperanza pero no el tiempo del objeto amado.
Te quiero con dolor y sin temores, como quiso a la lanza de Longinos quien fabricó una cruz con sus amores.
Te quiero con amor, sin tolerancias, midiendo el universo con tu nombre y el vacío estelar con tus distancias.
Te quiero sin renuncias, toda mía, como el amanecer que no tolera que le quiten un átomo del día.
Te quiero con razón o contra ella, como el acantilado indiferente al mar que lo acaricia o que lo estrella.
Te quiero con pasión, como el gitano a quien le brilla el alma en la pupila y el filo de la sangre entre la mano.
Te quiero con violencia y desespero, como quiere el marino en la tormenta el áncora remota de un lucero.
Te quiero contra todo y contra todos sin medir el amor ni el sacrificio y sin buscar esguinces ni recodos.
Te quiero con temblor, con la entereza de no haber conocido la sonrisa de quien entrega el alma por flaqueza.
Te quiero como hombre, alta la frente y sin las cobardías que arrodillan la indignidad servil de mucha gente.
Te quiero con furor, como mereces, montando guardia al pie de tu cariño, dispuesto a dar la vida una y mil veces.
Te quiero así: con celos y con rabia, con el golpe total de las arterias y el ancestro viril de nuestra raza.
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Poeta
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Esta sencilla carta que no verán tus ojos ausentes y morenos, la escribo porque el alma me reclama que la deje vivir de tu recuerdo.
Porque mi sangre no aprendió a olvidarte, porque tú me acompañas en el tiempo, porque fuiste lo simple, lo callado, lo dulce, lo pequeño, ese mínimo saldo de la vida que nos deja sentirnos algo buenos...
Escribirle a la novia de la infancia, es ponerle "balaca" al pensamiento. Es ignorar la palabra ortografía que sin "s" no admite pensamiento.
Es situar en el clima de unos labios todo el rubor que encienden los cerezos. Es recordar dos ojos infantiles en donde estaba repetido el cielo.
Es volver a vivir sencillamente, es encontrarse elemental y bueno, es fechar una carta desde el alma, y de estampilla colocarle un beso.
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Poeta
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Cómo duele la noche cuando tu voz se curva fría de indiferencia lo mismo que una hoz; Cómo duele la vida cuando alzas tus palabras sin caridad ninguna contra mi corazón.
Cómo duelen tus ojos cuando clavan su hastío -desnuda hoja de acero- sobre mi adoración. Cómo duele esta angustia de saberte lejana llevándote en la sangre como se lleva a Dios.
Cómo duelen tus labios cuando muerden el aire para romper los hilos sencillos del amor. Cómo duele tu risa cuando cruza insensible los abismos sin fondo de mi nuevo dolor.
Cómo duele tu pelo cuando agita en el viento la negación del trigo bajo el casco del sol. Cómo duele el milagro de tu nombre pequeño cuando enciende nostalgias en mi inútil canción.
Cómo duelen tus brazos -danzarines de nardo- entre los bastidores de mi renunciación. Cómo duelen tus manos esas manos que un día sobre lino bordaron mi callada ilusión.
Cómo duele tu ausencia tan alta de silencios que empinándose, casi ya toca mi dolor. Cómo duele la tarde cuando al norte del canto ya no alumbra el lucero que orientaba mi voz.
Cómo duele, pequeña, esta espina clavada en el sitio donde antes existió el corazón. Cómo duele tu nombre, cuando contra la mía se cumple inexorable la voluntad de Dios.
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Poeta
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