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¡Oh, Siddharta Gautama!, tú tenías razón: las angustias nos vienen del deseo; el edén consiste en no anhelar, en la renunciación completa, irrevocable, de toda posesión; quien no desea nada, dondequiera está bien.
El deseo es un vaso de infinita amargura, un pulpo de tentáculos insaciables, que al par que se cortan, renacen para nuestra tortura. El deseo es el padre del esplín, de la hartura, ¡y hay en él más perfidias que en las olas del mar!
Quien bebe como el Cínico el agua con la mano, quien de volver la espalda al dinero es capaz, quien ama sobre todas las cosas al Arcano, ¡ése es el victorioso, el fuerte, el soberano... y no hay paz comparable con su perenne paz!
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Poeta
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Sol espledente de primavera, a cuyo beso, fresca y lozana, la flor se yergue, la mariposa viola el capullo, la yema estalla; sol espledente de primavera: ¡yo te aborrezco! porque desgarras las brumas leves, que me circundan como rizado crespón de plata.
A mí me gustan las tardes grises, las melancolías, las heladas, en que las rosas tiemblan de frío, en que los cierzos gimiendo pasan, en que las aves, entre las hojas, el pico esconden bajo del ala.
A mí me gustan esas penumbras indefinibles de la enramada, a cuyo amparo corren las fuentes, surgen los gnomos, las hojas charlan... Sol espledente de primavera, cede tu gloria, declina, pasa: deja las brumas que me rodean como rizado crespón de plata.
Bellas mujeres de ardientes ojos, de vivos labios, de tez rosada, ¡os aborrezco! Vuestros encantos ni me seducen ni me arrebatan.
A mí me gustan las niñas tristes, a mí me gustan las niñas pálidas, las de apacibles ojos obscuros donde perenne misterio irradia; las de miradas que me acarician bajo el alero de las pestañas...
Más que las rosas, amo los lirios y las gardenias inmaculadas; más que claveles de sangre y fuego, la sensitiva mi vista encanta...
Bellas mujeres de ardientes ojos, de vivos labios, de tez rosada: pasad en ronda vertiginosa; vuestros encantos no me arrebatan...
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Himnos vibrantes de las victorias, notas triunfales, bélicas marchas, ¡os aborrezco! porque, al oíros, trémulas huyen mis musas blancas.
A mí me gustan las notas leves... las notas leves... las notas lánguidas, las que parecen suspiros hondos... suspiros hondos de almas que pasan...
Chopin: delirio por tus nocturnos; Beethoven: sueño con tus sonatas: Weber: adoro tu Pensamiento Schubert: me arroba tu Serenata.
¡Oh! Cuántas veces, bajo el imperio de vuestra música apasionada, Ella me dice: ¿Me quieres mucho? y yo respondo: ¡Con toda el alma!
Himnos vibrantes de las victorias, notas triunfales, bélicas marchas: ¡chit! porque huyen al escucharos, trémulas todas, mis musas blancas...
Sol espledente de primavera, lindas mujeres de faz rosada, himnos triunfales...; ¡dejadme a solas con mis ensueños y mis nostalgias!
Pálidas brumas que me rodean como rizado crespón de plata, vagas penumbras, niñas enfermas de ojos obscuros y tez de nácar, notas dolientes: ¡venid, que os amo! ¡Venid, que os amo! ¡Tended las alas!
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Poeta
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Señor, Tú regaste los campos de flores que llenan el aire de aroma y frescor, cubriste los cielos de inmensos fulgores y diste a los mares su eterno rumor.
Doquier resplandece tu amor sin segundo; la tierra proclama tu gloria doquier; y en medio a esos himnos que brotan del mundo, yo quiero elevarte mi voz de placer.
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Poeta
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Dios mío, yo te ofrezco mi dolor: ¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte! Tú me diste un amor, un solo amor, ¡un gran amor! Me lo robó la muerte ...y no me queda más que mi dolor. Acéptalo, Señor: ¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!...
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Poeta
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¿Quién es? -No sé: a veces cruza por mi senda, como el hada del ensueño: siempre sola... siempre muda... siempre pálida... ¿Su nombre? No lo conozco. ¿De dónde viene? ¿Do marcha? ¡Lo ignoro! Nos encontramos, me mira un momento y pasa: ¡Siempre sola...! ¡Siempre triste...! ¡Siempre muda...! ¡Siempre pálida!
Mujer: ha mucho que llevo tu imagen dentro del alma. Si las sombras que te cercan, si los misterios que guardas deben ser impenetrables para todos, ¡calla, calla!
¡Yo sólo demando amores: yo no te pregunto nada!
¿Buscas reposo y olvido? Yo también. El mundo cansa. Partiremos lejos, lejos de la gente, a tierra extraña; y cual las aves que anidan en las torres solitarias, confiaremos a la sombra nuestro amor y nuestras ansias...
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Poeta
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¿Mi secreto? ¡Es tan triste! Estoy perdido de amores por un ser desaparecido, por un alma liberta, que diez años fue mía, y que se ha ido... ¿Mi secreto? Te lo diré al oído: ¡Estoy enamorado de una muerta!
¿Comprendes -tú que buscas los visibles transportes, las reales, las tangibles caricias de la hembra, que se plasma a todos tus deseos invencibles- ese imposible de los imposibles de adorar a un fantasma?
¡Pues tal mi vida es y tal ha sido y será! Si por mí sólo ha latido su noble corazón, hoy mudo y yerto, ¿he de mostrarme desagradecido y olvidarla, no más porque ha partido y dejarla, no más porque se ha muerto?
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Poeta
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Me besaba mucho, como si temiera irse muy temprano... Su cariño era inquieto, nervioso. Yo no comprendía tan febril premura. Mi intención grosera nunca vio muy lejos ¡Ella presentía! Ella presentía que era corto el plazo, que la vela herida por el latigazo del viento, aguardaba ya..., y en su ansiedad quería dejarme su alma en cada abrazo, poner en sus besos una eternidad.
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Poeta
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Me dejaste -como ibas de pasada- lo más inmaterial que es tu mirada.
Yo te dejé -como iba tan de prisa- lo más inmaterial, que es mi sonrisa.
Pero entre tu mirada y mi risueño rostro quedó flotando el mismo sueño.
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Poeta
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¡Qué milagrosa es la Naturaleza! Pues, ¿no da luz la nieve? Inmaculada y misteriosa, trémula y callada, paréceme que mudamente reza al caer... ¡Oh nevada!: tu ingrávida y glacial eucaristía hoy del pecado de vivir me absuelva y haga que, como tú, mi alma se vuelva fúlgida, blanca, silenciosa y fría.
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Poeta
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No, no fue tan efímera la historia de nuestro amor: entre los folios tersos del libro virginal de tu memoria, como pétalo azul está la gloria doliente, noble y casta de mis versos.
No puedes olvidarme: te condeno a un recuerdo tenaz. Mi amor ha sido lo más alto en tu vida, lo más bueno; y sólo entre los légamos y el cieno surge el pálido loto del olvido.
Me verás dondequiera: en el incierto anochecer, en la alborada rubia, y cuando hagas labor en el desierto corredor, mientras tiemblan en tu huerto los monótonos hilos de la lluvia.
¡Y habrás de recordar! Esa es la herencia que te da mi dolor, que nada ensalma. ¡Seré cumbre de luz en tu existencia, y un reproche inefable en tu conciencia y una estela inmortal dentro de tu alma!
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Poeta
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