|
Grabó sobre mi faz descolorida su Mane Thecel Phares el Dios fuerte, y me agobian dos penas sin medida: un disgusto infinito de la vida, y un temor infinito de la muerte.
¿Ves cómo tiendo en rededor los ojos? ¡Ay, busco abrigo con esfuerzos vanos...! ¡En medio de mi ruta, sólo abrojos! ¡Al final de mi ruta, sólo arcanos!
¿Qué hacer cuando la vida me repela si la pálida muerte me acobarda? Digo a la vida: ¡sé piadosa, vuela...! Digo a la muerte: ¡sé piadosa, tarda...!
¡Estaba escrito así! No más te afanes por borrar de mi faz el torvo estigma; impélenme furiosos huracanes, y voy, entre los brazos de Abrimanes, a las fauces hambrientas del Enigma.
|
Poeta
|
|
Cuando lloro con todos los que lloran, cuando ayudo a los tristes con su cruz, cuando parto mi pan con los que imploran, eres tú quien me inspira, sólo tú,
Cuando marcho sin brújula ni tino, perdiendo de mis alas el albor en tantos barrizales del camino, soy yo el culpable, solamente yo.
Cuando miro al que sufre como hermano; cuando elevo mi espíritu al azul; cuando me acuerdo de que soy cristiano, ers tú quien me inspira, sólo tú.
Pobres a quienes haya socorrido, almas obscuras a las que di luz: ¡no me lo agradezcáis, que yo no he sido! Fuiste tú, muerta mía, fuiste tú...
|
Poeta
|
|
Yo no sé nada de la vida, yo no sé nada del destino, yo no sé nada de la muerte; ¡pero te amo!
Según la buena lógica, tú eres luz extinguida; mi devoción es loca, mi culto, desatino, y hay una insensatez infinita en quererte; ¡pero te amo!
|
Poeta
|
|
Yo no soy demasiado sabio para negarte, Señor; encuentro lógica tu existencia divina; me basta con abrir los ojos para hallarte; la creación entera me convida a adorarte, y te adoro en la rosa y te adoro en la espina. ¿Qué son nuestras angustias para querer por argüirte de cruel? ¿Sabemos por ventura si tú con nuestras lágrimas fabricas las estrellas, si los seres más altos, si las cosas más bellas se amasan con el noble barro de la amargura? Esperemos, suframos, no lancemos jamás a lo Invisible nuestra negación como un reto.
Pobre criatura triste, ¡ya verás, ya verás! La Muerte se aproxima... ¡De sus labios oirás el celeste secreto!
|
Poeta
|
|
Aquella tarde, en la alameda, loca de amor, la dulce idolatrada mía me ofreció la eglantina de su boca.
Y el Buda de basalto sonreía...
Otro vino después, y sus hechizos me robó; dile cita, y en la umbría nos trocamos epístolas y rizos.
Y el Buda de basalto sonreía...
Hoy hace un año del amor perdido. Al sitio vuelvo y, como estoy rendido tras largo caminar, trepo a lo alto del zócalo en que el símbolo reposa. Derrotado y sangriento muere el día, y en los brazos del Buda de basalto me sorprende la luna misteriosa.
|
Poeta
|
|
La muerta resucita cuando a tu amor me asomo, la encuentro en tus miradas inmensas y tranquilas, y en toda tú... Sois ambas tan parecidas como tu rostro, que dos veces se copia en mis pupilas. Es cierto: aquélla amaba la noche radiosa, y tú siempre en las albas tu ensueño complaciste. (Por eso era más lirio, por eso eres más rosa.) Es cierto, aquélla hablaba; tú vives silenciosa, y aquélla era más pálida; pero tú eres más triste.
|
Poeta
|
|
Hay tanto amor en mi alma que no queda ni el rincón más estrecho para el odio. ¿Dónde quieres que ponga los rencores que tus vilezas engendrar podrían?
Impasible no soy: todo lo siento, lo sufro todo...Pero como el niño a quien hacen llorar, en cuanto mira un juguete delante de sus ojos se consuela, sonríe, y las ávidas manos tiende hacia él sin recordar la pena, así yo, ante el divino panorama de mi idea, ante lo inenarrable de mi amor infinito, no siento ni el maligno alfilerazo ni la cruel afilada ironía, ni escucho la sarcástica risa. Todo lo olvido, porque soy sólo corazón, soy ojos no más, para asomarme a la ventana y ver pasar el inefable Ensueño, vestido de violeta, y con toda la luz de la mañana, de sus ojos divinos en la quieta limpidez de la fontana...
|
Poeta
|
|
Tan rubia es la niña que que cuando hay sol, no se la ve.
Parece que se difunde en el rayo matinal, que con la luz se confunde su silueta de cristal, tinta en rosas, y parece que en la claridad del día se desvanece la niña mía.
Si se asoma mi Damiana a la ventana, y colora la aurora su tez lozana de albérchigo y terciopelo, no se sabe si la aurora ha salido a la ventana antes de salir al cielo.
Damiana en el arrebol de la mañanita se diluye y, si sale el sol, por rubia... no se la ve.
|
Poeta
|
|
¡Seis meses ya de muerta! Y en vano he pretendido un beso, una palabra, un hálito, un sonido... y, a pesar de mi fe, cada día evidencio que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...
Si yo me hubiese muerto, ¡qué mar, qué cataclismos, qué vértices, qué nieblas, qué cimas ni qué abismos burlaran mi deseo febril y omnipotente de venir por las noches a besarte en la frente, de bajar con la luz de un astro zahorí, a decirte al oído: No te olvides de mí.
Y tú, que me querías tal vez más que te amé, callas inexorable, de suerte que no sé sino dudar de todo, el alma, del destino, ¡y ponerme a llorar en medio del camino! Pues con desolación infinita evidencio que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...
|
Poeta
|
|
Si te toman pensativa los desastres de las hojas que revuelan crepitando por el amplio bulevar; si los cierzos te insinúan no sé qué vagas congojas y nostalgias imprecisas y deseos de llorar;
si el latido luminoso de los astros te da frío; si incurablemente triste ves al Sena resbalar, y el reflejo de los focos escarlatas sobre el río se te antoja que es la estela de algún trágico navío donde llevan los ahogados de la Morgue a sepultar;
¡Pobrecita! ven conmigo: deja ya las puentes yermas. Hay un alma en estas noches a las tísicas hostil, y un vampiro disfrazado de galón que busca enfermas, que corteja a las que tosen y que, a poco que te duermas, chupará con trompa inmunda tus pezones de marfil.
|
Poeta
|
|