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Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas, pero mi senda se pierde en el alma de la niebla. La luz me troncha las alas y el dolor de mi tristeza va mojando los recuerdos en la fuente de la idea.
Todas las rosas son blancas, tan blancas como mi pena, y no son las rosas blancas, que ha nevado sobre ellas. Antes tuvieron el iris. También sobre el alma nieva. La nieve del alma tiene copos de besos y escenas que se hundieron en la sombra o en la luz del que las piensa.
La nieve cae de las rosas, pero la del alma queda, y la garra de los años hace un sudario con ellas.
¿Se deshelará la nieve cuando la muerte nos lleva? ¿O después habrá otra nieve y otras rosas más perfectas? ¿Será la paz con nosotros como Cristo nos enseña? ¿O nunca será posible la solución del problema?
¿Y si el amor nos engaña? ¿Quién la vida nos alienta si el crepúsculo nos hunde en la verdadera ciencia del Bien que quizá no exista, y del Mal que late cerca?
¿Si la esperanza se apaga y la Babel se comienza, qué antorcha iluminará los caminos en la Tierra?
¿Si el azul es un ensueño, qué será de la inocencia? ¿Qué será del corazón si el Amor no tiene flechas?
¿Y si la muerte es la muerte, qué será de los poetas y de las cosas dormidas que ya nadie las recuerda? ¡Oh sol de las esperanzas! ¡Agua clara! ¡Luna nueva! ¡Corazones de los niños! ¡Almas rudas de las piedras! Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas y todas las rosas son tan blancas como mi pena.
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Poeta
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La lluvia tiene un vago secreto de ternura, algo de soñolencia resignada y amable, una música humilde se despierta con ella que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Es un besar azul que recibe la Tierra, el mito primitivo que vuelve a realizarse. El contacto ya frío de cielo y tierra viejos con una mansedumbre de atardecer constante.
Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores y nos unge de espíritu santo de los mares. La que derrama vida sobre las sementeras y en el alma tristeza de lo que no se sabe.
La nostalgia terrible de una vida perdida, el fatal sentimiento de haber nacido tarde, o la ilusión inquieta de un mañana imposible con la inquietud cercana del color de la carne.
El amor se despierta en el gris de su ritmo, nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre, pero nuestro optimismo se convierte en tristeza al contemplar las gotas muertas en los cristales.
Y son las gotas: ojos de infinito que miran al infinito blanco que les sirvió de madre.
Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio y le dejan divinas heridas de diamante. Son poetas del agua que han visto y que meditan lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.
¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos, lluvia mansa y serena de esquila y luz suave, lluvia buena y pacifica que eres la verdadera, la que llorosa y triste sobre las cosas caes!
¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas almas de fuentes claras y humildes manantiales! Cuando sobre los campos desciendes lentamente las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.
El canto primitivo que dices al silencio y la historia sonora que cuentas al ramaje los comenta llorando mi corazón desierto en un negro y profundo pentagrama sin clave.
Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena, tristeza resignada de cosa irrealizable, tengo en el horizonte un lucero encendido y el corazón me impide que corra a contemplarte.
¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman y eres sobre el piano dulzura emocionante; das al alma las mismas nieblas y resonancias que pones en el alma dormida del paisaje!
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Poeta
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Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas. Una vestida de verde, otra de malva, y la otra, un corselete escocés con cintas hasta la cola.
Las que van delante, garzas la que va detrás, paloma, abren por las alamedas muselinas misteriosas. ¡Ay, qué oscura está la Alhambra! ¿Adónde irán las manolas mientras sufren en la umbría el surtidor y la rosa?
¿Qué galanes las esperan? ¿Bajo qué mirto reposan? ¿Qué manos roban perfumes a sus dos flores redondas?
Nadie va con ellas, nadie; dos garzas y una paloma. Pero en el mundo hay galanes que se tapan con las hojas. La catedral ha dejado bronces que la brisa toma; El Genil duerme a sus bueyes y el Dauro a sus mariposas.
La noche viene cargada con sus colinas de sombra; una enseña los zapatos entre volantes de blonda; la mayor abre sus ojos y la menor los entorna.
¿Quién serán aquellas tres de alto pecho y larga cola? ¿Por qué agitan los pañuelos? ¿Adónde irán a estas horas? Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas.
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Poeta
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Amparo ¡qué sola estás en tu casa vestida de blanco!
(Ecuador entre el jazmín y el nardo).
Oyes los maravillosos surtidores de tu patio, y el débil trino amarillo del canario.
Por la tarde ves temblar los cipreses con los pájaros, mientras bordas lentamente letras sobre el cañamazo.
Amparo, ¡qué sola estás en tu casa, vestida de blanco!
Amparo, ¡y qué difícil decirte: yo te amo!
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Poeta
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Hay dulzura infantil en la mañana quieta. Los árboles extienden sus brazos a la tierra. Un vaho tembloroso cubre las sementeras, y las arañas tienden sus caminos de seda -rayas al cristal limpio del aire-. En la alameda un manantial recita su canto entre las hierbas. Y el caracol, pacífico burgués de la vereda, ignorado y humilde, el paisaje contempla. La divina quietud de la Naturaleza le dio valor y fe, y olvidando las penas de su hogar, deseó ver el fin de la senda.
Echó a andar e internose en un bosque de yedras y de ortigas. En medio había dos ranas viejas que tomaban el sol, aburridas y enfermas.
"Esos cantos modernos -murmuraba una de ellas- son inútiles". "Todos, amiga -le contesta la otra rana, que estaba herida y casi ciega-. Cuando joven creía que si al fin Dios oyera nuestro canto, tendría compasión. Y mi ciencia, pues ya he vivido mucho, hace que no lo crea. Yo ya no canto más..."
Las dos ranas se quejan pidiendo una limosna a una ranita nueva que pasa presumida apartando las hierbas.
Ante el bosque sombrío el caracol se aterra. Quiere gritar. No puede. Las ranas se le acercan.
"¿Es una mariposa?", dice la casi ciega. "Tiene dos cuernecitos -la otra rana contesta-. Es el caracol. ¿Vienes, caracol, de otras tierras?"
"Vengo de mi casa y quiero volverme muy pronto a ella". "Es un bicho muy cobarde -exclama la rana ciega-. ¿No cantas nunca?" "No canto", dice el caracol. "¿Ni rezas?" "Tampoco: nunca aprendí". "¿Ni crees en la vida eterna?" "¿Qué es eso? "Pues vivir siempre en el agua más serena, junto a una tierra florida que a un rico manjar sustenta".
"Cuando niño a mí me dijo un día mi pobre abuela que al morirme yo me iría sobre las hojas más tiernas de los árboles más altos".
"Una hereje era tu abuela. La verdad te la decimos nosotras. Creerás en ella", dicen las ranas furiosas.
"¿Por qué quise ver la senda? -gime el caracol-. Sí creo por siempre en la vida eterna que predicáis..." Las ranas, muy pensativas, se alejan. y el caracol, asustado, se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas como esfinges se quedan. Una de ellas pregunta: "¿Crees tú en la vida eterna?" "Yo no", dice muy triste la rana herida y ciega. "¿Por qué hemos dicho, entonces, al caracol que crea?" "Por qué... No sé por qué -dice la rana ciega-. Me lleno de emoción al sentir la firmeza con que llaman mis hijos a Dios desde la acequia..."
El pobre caracol vuelve atrás. Ya en la senda un silencio ondulado mana de la alameda. Con un grupo de hormigas encarnadas se encuentra. Van muy alborotadas, arrastrando tras ellas a otra hormiga que tiene tronchadas las antenas. El caracol exclama: "Hormiguitas, paciencia. ¿Por qué así maltratáis a vuestra compañera? Contadme lo que ha hecho. Yo juzgaré en conciencia. Cuéntalo tú, hormiguita".
La hormiga, medio muerta, dice muy tristemente "Yo he visto las estrellas."
"¿Qué son las estrellas?", dicen las hormigas inquietas. Y el caracol pregunta pensativo: "¿Estrellas?" "Sí -repite la hormiga-, he visto las estrellas, subí al árbol más alto que tiene la alameda y vi miles de ojos dentro de mis tinieblas". El caracol pregunta: "¿Pero qué son las estrellas?" "Son luces que llevamos sobre nuestra cabeza". "Nosotras no las vemos", las hormigas comentan. Y el caracol: "Mi vista sólo alcanza a las hierbas."
Las hormigas exclaman moviendo sus antenas: "Te mataremos; eres perezosa y perversa. El trabajo es tu ley."
"Yo he visto a las estrellas", dice la hormiga herida. Y el caracol sentencia: "Dejadla que se vaya. seguid vuestras faenas. Es fácil que muy pronto ya rendida se muera".
Por el aire dulzón ha cruzado una abeja. La hormiga, agonizando, huele la tarde inmensa, y dice: "Es la que viene a llevarme a una estrella". Las demás hormiguitas huyen al verla muerta.
El caracol suspira y aturdido se aleja lleno de confusión por lo eterno. "La senda no tiene fin -exclama-. Acaso a las estrellas se llegue por aquí. Pero mi gran torpeza me impedirá llegar. No hay que pensar en ellas".
Todo estaba brumoso de sol débil y niebla. Campanarios lejanos llaman gente a la iglesia, y el caracol, pacífico burgués de la vereda, aturdido e inquieto, el paisaje contempla.
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Poeta
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En la mitad del barranco las navajas de Albacete, bellas de sangre contraria, relucen como los peces. Una dura luz de naipe recorta en el agrio verde, caballos enfurecidos y perfiles de jinetes. En la copa de un olivo lloran dos viejas mujeres. El toro de la reyerta se sube por las paredes. Angeles negros traían pañuelos de agua y nieve. Angeles con grandes alas de navajas de Albacete. Juan Antonio el de Montilla rueda muerto la pendiente, su cuerpo lleno de lirios y una granada en las sienes. Ahora monta cruz de fuego, carretera de la muerte.
* * *
El juez, con guardia civil, por los olivares viene. Sangre resbalada gime muda canción de serpiente. Señores guardias civiles: aquí pasó lo de siempre. Han mueto cuatro romanos y cinco cartagineses.
* * *
La tarde loca de higueras y de rumores calientes cae desmayada en los muslos heridos de los jinetes. Y angeles negros volaban por el aire del poniente. Angeles de largas trenzas y corazones de aceite.
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Poeta
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Federico Garcia Lorca dijo: "La poesía es una palabra a tiempo." Le gustaba leer sus composiciones "para defenderlas". Creía en la voz. Garcia Lorca nació en Fuente Vaqueros (Granada), el dia 5 de Junio de 1898. Pasó toda su infancia en el campo, en contacto directo con la naturaleza. Hizo estudios universitarios y musicales en Granada, donde conoció a Manuel de Falla, quien estimuló su vocación musical. En 1918 publicó su primer libro, un conjunto de prosas poéticas, con el titulo de "Impresiones y paisajes", fruto de un viaje universitario por varias regiones españolas, y al año siguiente se trasladó a Madrid, instalandose en la famosa Residencia de Estudiantes. Un fracaso inicial-el desafortunado estreno de su primera pieza dramática, "El maleficio de la mariposa"- no pareció desanimarle. En 1921 publicó su primer libro de versos, "Libro de poemas", que pasó casi totalmente inadvertido. Tubieron que transcurrir varios años antes de que , en 1928, consiguiera Lorca su primer éxito literario con su "Romancero gitano", libro que muy pronto se hizo popular, al ser difundido por los recitadores profesionales y aficionados. No se trataba, sin embargo, de un libro de poesía popular, sino más bien de poesía culta, muy rica en imágenes y metáforas y en contenido simbólico. La clave de su éxito se explicaba por el tratamiento original de los temas gitanos y andaluces, a los que Lorca supo dar una fuerza plástica y una atmósfera de sensualidad y de misterio que eran una novedad en la poesía española de entonces. En 1929 hizo un viaje a los Estados Unidos, y el brusco contacto con la civilización americana fue para él un verdadero revulsivo espiritual, que dio como fruto su libro "Poeta en Nueva York". De 1932 a 1935 dirigió el teatro universitario "La Barraca", con el cual llevó a todos los pueblos de España lo mejor del teatro clásico español, desde los entremeses de Cervantes a los dramas de Calderón y de Lope.Pero ni esta intensa actividad de director teatral, ni un viaje al Rio de la Plata,(Argentina y Uruguay), en 1933 y 1934, le impidieron consagrarse a su obra. Fue precisamente en esos años de la República, de 1931 a 1936, cuando realizó Lorca lo mejor de su teatro-su trilogía "Bodas de sangre", "Yerma", y "La casa de Bernarda Alba"-,y la más perfecta de sus obras poéticas, el "Llanto por Ignacio Sánches Mejía", inspirado en la muerte de quien fue un gran torero y gran amigo del poeta. Su concepción del arte teatral fue evolucionando desde el drama poético-del que son admirables ejemplos "Yerma" y "Bodas de sangre"- hasta la tragedia desnuda de todo ropaje lírico, como "La casa de Bernarda Alba", terminada un mes antes de morir. Los temas centrales de esas obras eran casi siempre sucesos que realmente habían ocurrido en los pueblos andaluces, cuya vida Lorca conocía tan bien. Pasiones y deseos de oscura fuerza elemental - la maternidad, el placer sexual, los celos...- acaban provocando la muerte violenta, inseparable del amor en la obra lorquiana, lo mismo en la poesía que en el teatro. La obra teatral de Lorca comprende además un drama rómántico, "Mariana Pineda", obra de su primera juventud, que tiene por protagonista a la heroína de la libertad, muerta en el cadalso, en Granada, por orden de Fernando VII; "Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores", delicada comedia poética que evoca la vida de una provinciana que espera eternamente a su novio, y tres farsas en prosa - "La zapatera prodigiosa", "Amor de don Perlimplóm con su Belisa en su jardín" y "Retablillo de don Cristóbal" -, en las que se logra una fina estilización de temas populares y folclóricos. El talento dramático de Lorca supo expresarse con la misma fuerza y delicadeza tanto en las obras de tradición popular - sus dramas y sus farsas - como en las de expresión culta y vanguardista, tal, por ejemplo - aparte las citadas anteriormente -, su pieza de inspiración surrealista "Así que pasen cinco años". Su último libro, inconcluso, pues la guerra civil impidió su terminación, era un conjunto de poemas de amor, con el título "Sonetos del amor oscuro". Federico García Lorca, falleció tragicamente en la ciudad de Viznar (Granada) el 19 de Agosto de 1936.
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Poeta
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Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me habrieron de pronto como ramo de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido, y un horizonte de perros ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo, el cinturón con revólver. Ella, sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracoles tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frio. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena, yo me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios. Me porté como quien soy: como un gitano legítimo. Le regalé un costurero grande, de raso pajizo, y no quise enamorarme porque, teniendo marido, me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.
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Poeta
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