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Esta que viene aquí toda vestida de un traje blanco y un negro sombrero tiene la obligación de mi sendero y las rosas y espinas de mi vida.
Porque una noche el ánima afligida, mustia de soledad, dijo: Te quiero. Hace ya mucho tiempo que te espero con una mano lánguida extendida.
Era una rara orquesta de violines, era un pasar de extraños bailarines, era un degüello de camelias rosas
bajo tus finas manos temblorosas. ¡Era que el corazón se me moría de tanto, amada, como te quería!
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Poeta
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V Poco a poco se hace la luz en tu vestido, la noche de tu traje se disuelve en la aurora. La primavera próxima te regala su flora, su ligereza el aire y el agua su latido.
LXX Profunda, ardiente, plástica, flexible, casi palpable como miel sonora, más que sobre tus ojos o tus labios, sobre tu voz, te reconstruyo toda...
VI La ciudad, que ya empieza, alondra blanca, a amarte te dibuja la cara, y más te la ilumina, con pinceles mimosos, con delicado arte como nunca lo haría la acuarela más fina.
Y te pinta de azul y de verde y de rosa según sea el aviso que surge a nuestro paso. Te desmaterializa, te torna mariposa, como ninguna aurora, como ningún ocaso.
XII Sólo con apoyar el codo en una mesa, acordarme de ti y mirar al vacío y ver brillar en él tu cabellera espesa que a veces es un lago y a veces es un río,
me lleno de palabras, me lleno de ternura, primaveral manzano en mitad del invierno. Pero hay que soñar poco y escribir con mesura que se trata de ti, es decir de lo eterno.
LV Adoro tu manera menudita y brumosa, hecha de pizcas grises y dorados reflejos, de oscurecer el sol y de velar la rosa, de mirar a los pies, y mirar a lo lejos.
Me gusta verte quieta, fundida en el paisaje, maraña de ladrillo, de sauces y de río, inmóvil en la hoja lóbrega de tu traje.... fundida en el paisaje pero al costado mío.
LXXXII El cuello se te llena, amor, de corazones si rozo tus mejillas. Como un agua palpita. Traduce dulcemente todas tus sensaciones con una precisión admirable, infinita.
Detrás está la noche y los ramos copiosos y mi brazo, y en él, tu cabeza perdida. Los ojos apacibles se tornan dolorosos y no sé si te vas o vuelves a la vida.
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Poeta
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Nunca podrás ver nada claramente: todo es zarzal, espinas y maraña. En vano gastarás toda tu maña contra el dorado pájaro latente.
Errado el tiro, vuelves bruscamente el arma hacia otro lado, mas te engaña la jugada de sol que el árbol baña. Te vuelves loco y lloras tristemente.
Todo del tonel sale de la vida tosco, deforme y dando tropezones. Dejas pasar los años y su herida,
y cuando quieras darte explicaciones ni te sirvió la espuela ni la brida: un pétalo fue más que tus razones.
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Poeta
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Me borré el doctor hace mucho tiempo.
Borré la inicial de mi nombre feo.
No quiero ser nada ni malo ni bueno.
Un pájaro pardo perdido en el viento.
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Poeta
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Mudable como el tiempo es tu mejilla, o arde como una tarde del estío o hiela, o poco menos, si hace frío; pero ardiente o helada es maravilla.
Deja que acerque mi cansada arcilla al pétalo de amor que llamo mío, mientras corre mi brazo como un río por tu cuello, delgada torrecilla.
Calor o frío, llamarada o nieve, no me importa un instante su mudanza, que a ocultos nervios nada más se debe.
Tu corazón es nido de templanza y grave su latido al par que leve. Y si no, que lo diga mi esperanza.
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Poeta
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Dulce amor de pasillos, dulce amor de rincones, cuando ya es una bruma el aliento deshecho. Sentir sobre mi pecho la amplitud de tu pecho y como dos deditos pequeños tus pezones.
Y bajar la escalera trémulo de deseo aprovechando el último peldaño para verte. Hasta que el frío dé cuenta de mi deseo. (El frío no podrá y no sé si la muerte...)
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Poeta
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Tu nombre es terso, claro, deslumbrante, como la hoja desnuda de una espada. En el aire se aguza como el aire y en el agua se estría como el agua.
Para ser suspirado entre palmeras, al fondo del harén, a una sultana, entre un rebaño pálido de eunucos y el brillo corvo de las cimitarras.
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Poeta
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Debe el beso venir desde la hondura de una cabeza baja y atraída en la penumbra gris desvanecida mientras un viento vuele de frescura.
Boca entreabierta, elástica, madura, que en el atardecer se haga una herida. Toda ella roja de profunda vida con un signo mortal: la dentadura.
Verlo avanzar después muy lentamente como un ascua encendida o roja estrella y detenerlo, ay, súbitamente.
Contemplarlo en deliquio y miel de abella, huir la boca por rozar la frente y a ella volver para morir en ella.
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Poeta
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Como sobre una tapia se adormece una rosa yo quisiera tu grave cabecita en mi hombro, espontánea, caída, comprensiva, mimosa, sin un soplo de miedo, ni una brizna de asombro.
Y contemplarte luego a la luz de una estrella interminablemente de la frente a la boca, como contempla el agua, inclinada sobre ella, la frente taciturna y eterna de una roca.
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Poeta
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En el aro ligero de la luna canta para mí solo un ruiseñor.
A cada golpe de oro de su pico brota en el aire una constelación.
Canta el pájaro pardo dulcemente y se eriza de plumas y palor.
Cuando se pone el pecho más delgado, dice mucho más clara su canción.
Morir, acaso, es continuar un sueño de luna en luna y de sol en sol.
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Poeta
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