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Señora, si la belleza Que en vos llego a contemplar Es bastante a conquistar La más inculta dureza,
¿Por qué hacéis que el sacrificio Que debo a vuestra luz pura Debiéndose a la hermosura Se atribuya al beneficio?
Cuando es bien que glorias cante, De ser vos, quien me ha rendido, ¿Queréis que lo agradecido Se equivoque con lo amante?
Vuestro favor me condena A otra especie de desdicha, Pues me quitáis con la dicha El mérito de la pena.
Si no es que dais a entender Que favor tan singular, Aunque se puede lograr, No se puede merecer.
Con razón, pues la hermosura Aun llegada a poseerse, Si llega a merecerse, Dejara de ser ventura.
Que estar un digno cuidado Con razón correspondido, Es premio de lo servido, Y no dicha de lo amado.
Que dicha se ha de llamar Sólo la que, a mi entender, Ni se puede merecer, Ni se pretende alcanzar.
Ya que este favor excede Tanto a todos, al lograrse, Que no sólo no pagarse, Mas ni agradecer se puede.
Pues desde el dichoso día Que vuestra belleza vi, Tal del todo me rendí, Que no me quedó acción mía.
Con lo cual, señora, muestro, y a decir mi amor se atreve, Que nadie pagaros debe, Que vos honréis lo que es vuestro.
Bien se que es atrevimiento Pero el amor es testigo Que no se lo que me digo Por saber lo que me siento.
Y en fin, perdonad por Dios, Señora, que os hable así, Que si yo estuviera en mí No estuvierais en mí vos.
Sólo quiero suplicaros Que de mí recibáis hoy, No sólo el alma que os doy, Mas la que quisiera daros.
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Poeta
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Amante dulce del alma, bien soberano a que aspiro, tú que sabes las ofensas castigar a beneficios; divino imán en que adoro hoy que tan propicio os miro que me animás a la osadía de poder llamaros mío; hoy, que en unión amorosa, pareció a vuestro cariño, que si no estabais en mí era poco estar conmigo; hoy, que para examinar el afecto con que os sirvo, al corazón en persona habéis entrado vos mismo, pregunto ¿es amor o celos tan cuidadoso escrutinio? que quien lo registra todo da de sospechar indicios. Mas ¡ay, bárbara ignorante, y que de errores he dicho, como si el estorbo humano obstara al lince divino! Para ver los corazones no es menester asistirlos; que para vos son patentes las entrañas del abismo. Con una intuición presente tenéis en vuestro registro, el infinito pasado, hasta el presente finito; luego no necesitabais, para ver el pecho mío, si lo estáis mirando sabio, entrar a mirarlo fino; luego es amor, no celos, lo que en vos miro.
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Poeta
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Divino dueño mío, si al tiempo de partirme tiene mi amante pecho alientos de quejarse, oye mis penas, mira mis males.
Aliéntese el dolor, si puede lamentarse, y a la vista de perderte mi corazón exhale llanto a la tierra, quejas al aire.
Apenas tus favores quisieron coronarme, dichoso más que todos, felices como nadie, cuando los gustos fueron pesares.
Sin duda el ser dichoso es la culpa más grave, pues mi fortuna adversa dispone que la pague con que a mis ojos tus luces falten,
¡Ay, dura ley de ausencia! ¿quién podrá derogarte, si a donde yo no quiero me llevas, sin llevarme, con alma muerta, vivo cadáver?
¿Será de tus favores sólo el corazón cárcel por ser aun el silencio si quiero que los guarde, custodio indigno, sigilo frágil?
Y puesto que me ausento, por el último vale te prometo rendido mi amor y fe constante, siempre quererte, nunca olvidarte.
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Poeta
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Ante tus ojos benditos Las culpas manifestamos, Y las heridas mostramos, Que hicieron nuestros delitos.
Si el mal, que hemos cometido, Viene a ser considerado, Menor es lo tolerado, Mayor es lo merecido.
La conciencia nos condena, No hallando en ella disculpa, Que respecto de la culpa, Es muy liviana la pena.
Del pecado el duro azar Sentimos, que padecemos Y nunca enmendar queremos La costumbre de pecar.
Cuando en tus azotes suda Sangre la naturaleza, Se rinde nuestra flaqueza, Y la maldad no se muda.
Cuando el pecado mancilla La mente con fiera herida, Padece el alma afligida, Y la cerviz no se humilla.
La vida suelta la rienda En su acostumbrado error, Suspira por el dolor, Y en el obrar no se enmienda.
Puestos entre dos extremos, En cualquiera peligramos; Si esperas, no la enmendamos; Si te vengas, nos perdemos.
De la aflicción el quebranto Nos obliga a la contricción Y en pasando la aflicción, Se olvida también el llanto.
Cuando tu castigo empieza Promete el temor humano; Y en suspendiendo la mano, No se cumple la promesa.
Cuando nos hieres, clamamos Que el perdón nos des, que puedes, Y así que nos lo concedes. Otra vez te provocamos.
Tienes a la humana gente Convicta en su confesión, Que si no le das perdón, la acabarás justamente.
Concede al humilde ruego Sin mérito a quien criaste, Tú que de nada formas A quien te rogará luego.
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Poeta
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Pedirte, señora, quiero De mi silencio perdón, Si lo que ha sido atención, Le hace parecer grosero.
Y no me podrás culpar Si hasta aquí mi proceder, Por ocuparse en querer Se ha olvidado de explicar.
Que en mi amorosa pasión No fue descuido ni mengua Quitar el uso a la lengua Por dárselo al corazón.
Ni de explicarme dejaba, Que como la pasión mía Acá en el alma te hablaba
Y en esta idea notable Dichosamente vivía; Porque en mi mano tenía El fingirte favorable.
Con traza tan peregrina Vivió mi esperanza vana Pues te puedo hacer humana Concibiéndote divina.
¡Oh, cuan loco llegué a verme en tus dichosos amores, que aun fingidos tus favores pudieron enloquecerme!
¡Oh, cuán loco llegué a verme en tus dichosos amores, que aun fingidos tus favores pudieron enloquecerme!
¡Oh, cómo en tu Sol hermoso mi ardiente afecto encendido, por cebarse en lo lúcido, olvidó lo peligroso!
Perdona, si atrevimiento Fue atreverme a tu ardor puro; Que no hay Sagrado seguro De culpas de pensamiento.
De esta manera engañaba La loca esperanza mía, Y dentro de mí tenía Todo el bien que deseaba.
Mas ya tu precepto grave Rompe mi silencio mudo; Que él solamente ser pudo De mi respeto la llave.
Y aunque el amar tu belleza Es delito sin disculpa, Castíguense la culpa Primero que la tibieza.
No quieras, pues, rigurosa, Que estando ya declarada, Sea de veras desdichada Quien fue de burlas dichosa.
Si culpas mi desacato, Culpa también tu licencia; Que si es mala mi obediencia, No fue justo tu mandato.
Y si es culpable mi intento, Será mi afecto preciso; Porque es amarte un delito De que nunca me arrepiento.
Esto en mis afectos halló, Y más, que explicar no sé; Mas tú, de lo que callé, Inferirás lo que callo.
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Poeta
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Rosa divina, que en gentil cultura Eres con tu fragante sutileza Magisterio purpúreo en la belleza, Enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura, Ejemplo de la vana gentileza, En cuyo ser unió naturaleza La cuna alegre y triste sepultura.
¡Cuán altiva en tu pompa, presumida soberbia, el riesgo de morir desdeñas, y luego desmayada y encogida.
De tu caduco ser das mustias señas! Con que con docta muerte y necia vida, Viviendo engañas y muriendo enseñas.
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Poeta
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Hirió blandamente el aire Con su dulce voz Narcisa, Y él le repitió los ecos Por boca de las heridas.
De los celestiales Ejes El rápido curso fija, Y en los Elementos cesa la discordia nunca unida.
Al dulce imán de su voz Quisieran, por asistirla, Firmamento ser el Móvil, El Sol ser estrella fija.
Tan bella, sobre canora, Que el amor dudoso admira, Si se deben sus arpones A sus ecos, o a su vista.
Porque tan confusamente Hiere, que no se averigua, si está en la voz la hermosura, O en los ojos la armonía.
Homicidas sus facciones El mortal cambio ejercitan; Voces, que alteran los ojos Rayos que el labio fulmina.
Quién podrá vivir seguro, si su hermosura Divina Con los ojos y las voces Duplicadas armas vibra.
El Mar la admira Sirena, Y con sus marinas Ninfas Le da en lenguas de las Aguas Alabanzas cristalinas: Pero Fabio que es el blanco Adonde las flecha tira, Así le dijo, culpando De superfluas sus heridas: No dupliques las armas, Bella homicida, que está ociosa la muerte Donde no hay vida.
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Poeta
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De la más fragante rosa Nació la abeja más bella, A quien el limpio rocío Dio purísima materia.
Nace, pues, y apenas nace, Cuando en la misma moneda, Lo que en perlas recibió Empieza a pagar en perlas.
Que llora el alba, no es mucho Que es costumbre en su belleza; Mas ¿quién hay que no se admire De que el sol lágrimas vierta?
Si es por secundar la rosa, Es ociosa diligencia, Pues no es menester rocío Después de nacer la abeja.
Y más cuando en la clausura De su virginal pureza Ni antecedente haber pudo, Ni puede haber quien suceda,
¿Pues a que fin es el llanto, que dulcemente riega? Quien no puede dar más fruto ¿qué importa que estéril sea?
Mas ay, que la abeja tiene Tan íntima dependencia Siempre con la rosa, que Depende su vida de ella;
Pues dándole néctar puro, Que sus fragancias engendran, No sólo antes le concibe Pero después le alimenta.
Hijo y madre, en tan divinas Peregrinas competencias, Ninguno queda deudor, Y ambos obligados quedan.
La abeja paga el rocío De que la rosa la engendra, Y ella vuelve a retornarle con Lo mismo que la engendra.
Ayudando el uno al otro Con mutua correspondencia, La abeja a la flor fecunda, Y ella a la abeja sustenta.
Pues si por eso es el llanto, Llore Jesús, norabuena, Que lo que expende en rocío Cobrará después en néctar.
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Poeta
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Dos dudas en que escoger Tengo, y no se a cual prefiera, Pues vos sentís que no quiera Y yo sintiera querer.
Con que si a cualquiera lado Quiero inclinarme, es forzoso Quedando el uno gustoso Que otro quede disgustado.
Si daros gusto me ordena La obligación, es injusto Que por daros a vos gusto Haya yo de tener pena.
Y no juzgo que habrá quien Apruebe sentencia tal, Como que me trate mal Por trataros a vos bien.
Mas por otra parte siento Que es también mucho rigor Que lo que os debo en amor Pague en aborrecimiento.
Y aun irracional parece Este rigor, pues se infiere, Si aborrezco a quien me quiere ¿qué haré con quien aborrezco?
No se como despacharos, Pues hallo al determinarme Que amaros es disgustarme Y no amaros disgustaros;
Pero dar un medio justo En estas dudas pretendo, Pues no queriendo, os ofendo, Y queriéndoos me disgusto.
Y sea esta la sentencia, Porque no os podáis quejar, Que entre aborrecer y amar Se parta la diferencia,
De modo que entre el rigor Y el llegar a querer bien, Ni vos encontréis desdén Ni yo pueda encontrar amor.
Esto el discurso aconseja, Pues con esta conveniencia Ni yo quedo con violencia Ni vos os partís con queja.
Y que estaremos infiero Gustosos con lo que ofrezco; Vos de ver que no aborrezco, Yo de saber que no quiero.
Sólo este medio es bastante A ajustarnos, si os contenta, Que vos me logréis atenta Sin que yo pase a lo amante,
Y así quedo en mi entender Esta vez bien con los dos; Con agradecer, con vos; Conmigo, con no querer.
Que aunque a nadie llega a darse En este gusto cumplido, Ver que es igual el partido Servirá de resignarse.
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Poeta
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Amado dueño mío, Escucha un rato mis cansadas quejas, Pues del viento las fío, Que breve las conduzca a tus orejas, Si no se desvanece el triste acento Como mis esperanzas en el viento.
Óyeme con los ojos, Ya que están tan distantes los oídos, Y de ausentes enojos En ecos de mi pluma mis gemidos; Y ya que a ti no llega mi voz ruda, Óyeme sordo, pues me quejo muda.
Si del campo te agradas, Goza de sus frescuras venturosas Sin que aquestas cansadas Lágrimas te detengan enfadosas; Que en él verás, si atento te entretienes Ejemplo de mis males y mis bienes.
Si al arroyo parlero Ves, galán de las flores en el prado, Que amante y lisonjero A cuantas mira intima su cuidado, En su corriente mi dolor te avisa Que a costa de mi llanto tiene risa.
Si ves que triste llora Su esperanza marchita, en ramo verde, Tórtola gemidora, En él y en ella mi dolor te acuerde, Que imitan con verdor y con lamento, Él mi esperanza y ella mi tormento.
Si la flor delicada, Si la peña, que altiva no consiente Del tiempo ser hollada, Ambas me imitan, aunque variamente, Ya con fragilidad, ya con dureza, Mi dicha aquélla y ésta mi firmeza.
Si ves el ciervo herido Que baja por el monte, acelerado Buscando dolorido Alivio del mal en un arroyo helado, Y sediento al cristal se precipita, No en el alivio en el dolor me imita,
Si la liebre encogida Huye medrosa de los galgos fieros, Y por salvar la vida No deja estampa de los pies ligeros, Tal mi esperanza en dudas y recelos Se ve acosa de villanos celos.
Si ves el cielo claro, Tal es la sencillez del alma mía; Y si, de luz avaro, De tinieblas emboza el claro día, es con su oscuridad y su inclemencia, imagen de mi vida en esta ausencia.
Así que, Fabio amado Saber puede mis males sin costarte La noticia cuidado, Pues puedes de los campos informarte; Y pues yo a todo mi dolor ajusto, Saber mi pena sin dejar tu gusto. Mas ¿cuándo ¡ay gloria mía! Mereceré gozar tu luz serena?
¿cuándo llegará el día que pongas dulce fin a tanta pena? ¿cuándo veré tus ojos, dulce encanto, y de los míos quitarás el llanto?
¿Cuándo tu voz sonora herirá mis oídos delicada, y el alma que te adora, de inundación de gozos anegada, a recibirte con amante prisa saldrá a los ojos desatada en risa?
¿Cuándo tu luz hermosa revestirá de gloria mis sentidos? ¿y cuándo yo dichosa, mis suspiros daré por bien perdidos, teniendo en poco el precio de mi llanto? Que tanto ha de penar quien goza tanto.
¿Cuándo de tu apacible rostro alegre veré el semblante afable, y aquel bien indecible a toda humana pluma inexplicable? Que mal se ceñirá a lo definido Lo que no cabe en todo lo sentido.
Ven, pues, mi prenda amada, Que ya fallece mi cansada vida De esta ausencia pesada; Ven, pues, que mientras tarda tu venida, Aunque me cueste su verdor enojos, Regaré mi esperanza con mis ojos.
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Poeta
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