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Eras, instante, tan claro. Perdidamente te alejas, dejando erguido al deseo con sus vagas ansias tercas.
Siento huir bajo el otoño pálidas aguas sin fuerza, mientras se olvidan los árboles de las hojas que desertan.
La llama tuerce su hastío, sola su viva presencia, y la lámpara ya duerme sobre mis ojos en vela.
Cuán lejano todo. Muertas las rosas que ayer abrieran, aunque aliente su secreto por las verdes alamedas.
Bajo tormentas la playa será soledad de arena donde el amor yazca en sueños. La tierra y el mar lo esperan.
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Poeta
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Con tal vehemencia el viento viene del mar, que sus sones elementales contagian el silencio de la noche.
Solo en tu cama le escuchas insistente en los cristales tocar, llorando y llamando como perdido sin nadie.
Mas no es él quien en desvelo te tiene, sino otra fuerza de que tu cuerpo es hoy cárcel, fue viento libre, y recuerda.
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Poeta
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Donde habite el olvido, En los vastos jardines sin aurora; Donde yo sólo sea Memoria de una piedra sepultada entre ortigas Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible, No esconda como acero En mi pecho su ala, Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, Sometiendo a otra vida su vida, Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, Disuelto en niebla, ausencia, Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos; Donde habite el olvido.
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Poeta
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Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, como nace un deseo sobre torres de espanto, amenazadores barrotes, hiel descolorida, noche petrificada a fuerza de puños, ante todos, incluso el más rebelde, apto solamente en la vida sin muros.
Corazas infranqueables, lanzas o puñales, todo es bueno si deforma un cuerpo; tu deseo es beber esas hojas lascivas o dormir en ese agua acariciadora. No importa; Ya declaran tu espíritu impuro.
No importa la pureza, los dones que un destino levantó hacia las aves con manos imperecederas; no importa la juventud, sueño más que hombre, la sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad de un régimen caído.
Placeres prohibidos, planetas terrenales, miembros de mármol con sabor de estío, jugo de esponjas abandonadas por el mar, flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.
Soledades altivas, coronas derribadas, libertades memorables, manto de juventudes; quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua, es vil como un rey, como sombra de rey arrastrándose a los pies de la tierra para conseguir un trozo de vida.
No sabía los límites impuestos, límites de metal o papel, ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta, adonde no llegan realidades vacías, leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.
Extender entonces la mano es hallar una montaña que prohíbe, un bosque impenetrable que niega, un mar que traga adolescentes rebeldes.
Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte, ávidos dientes sin carne todavía, amenazan abriendo sus torrentes, de otro lado vosotros, placeres prohibidos, bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita, tendéis en una mano el misterio. Sabor que ninguna amargura corrompe, cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.
Abajo estatuas anónimas, sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla; una chispa de aquellos placeres brilla en la hora vengativa. su fulgor puede destruir vuestro mundo.
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Poeta
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Por el campo tranquilo de septiembre, del álamo amarillo alguna hoja, como una estrella rota, girando al suelo viene.
Si así el alma inconsciente, Señor de las estrellas y las hojas, fuese, encendida sombra, de la vida a la muerte.
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Poeta
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Quiero vivir cuando el amor muere; muere, muere pronto, amor mío. Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo, aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño, aunque grite: Vivir así es cosa de muerte.
Pobres amantes, clamáis a fuerza de ser jóvenes; sea propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida, caiga su frente cansadamente entre las manos junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro pero en vosotros aún va fresco y fragante el leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente. Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria. Aún hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre. Ante vuestros ojos, amantes, cuando el amor muere, vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente; el amor, cuna adorable para los deseos exaltados, los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele hacerlo el rasguear de una guitarra en el ocio marino y la luz del alcohol, aleonado como una cabellera; vuestra guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares todo queda afanoso y callado.
Así suele quedar el pecho de los hombres cuando cesa el tierno borboteo de la melodía confiada, y tras su delicia interrumpida un afán insistente puebla el nuevo silencio.
Pobres amantes, ¿de qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis, cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala? Los atardeceres de manos furtivas, el trémulo palpitar, los labios que suspiran, la adoración rendida a un leve sexo vanidoso, los ay mi vida y los ay muerte mía, todo, todo, amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.
Oh, amantes, encadenados entre los manzanos del edén, cuando el amor muere, vuestra crueldad; vuestra piedad pierde su presa, y vuestros brazos caen como cataratas macilentas, vuestro pecho queda como roca sin ave, y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario, fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños, dejando allí caer, ignorantes como niños, la libertad, la perla de los días.
Pero tú y yo sabemos, río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta, que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros por las encantadoras mallas del amor, cuando el deseo es como una cálida azucena que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a nuestro lado, cuánto vale una noche como ésta, indecisa entre la primavera última y el estío primero, este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque nocturno. Conforme conmigo mismo y con la indiferencia de los otros, solo yo con mi vida, con mi parte en el mundo.
Jóvenes sátiros que vivís en la selva, labios risueños ante el exangüe Dios cristiano, a quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercancía pies de jóvenes sátiros, danzad más presto cuando el amante llora, mientras lanza su tierna endecha de: Ah, cuando el amor muere. Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido; vuestra descuidada alegría sabrá fortalecerla, y el deseo girará locamente en pos de los hermosos cuerpos que vivifican el mundo un solo instante.
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Poeta
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¿Mi tierra? Mi tierra eres tú.
¿Mi gente? Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte para mi están adonde no estés tú.
¿Y mi vida? Dime, mi vida, ¿qué es, si no eres tú?
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Poeta
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Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma...
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra, quieto en ángulo oscuro, buscaba en ti, encendida guirnalda, mis auroras futuras y furtivos nocturnos, y en ti los vislumbraba, naturales y exactos, también libres y fieles, a semejanza mía, a semejanza tuya, eterna soledad.
Me perdí luego por la tierra injusta como quien busca amigos o ignorados amantes; diverso con el mundo, fui luz serena y anhelo desbocado, y en la lluvia sombría o en el sol evidente quería una verdad que a ti te traicionase, olvidando en mi afán cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos con nubes sobre nubes de otoño desbordado la luz de aquellos días en ti misma entrevistos, te negué por bien poco; por menudos amores ni ciertos ni fingidos, por quietas amistades de sillón y de gesto, por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma, por los viejos placeres prohibidos como los permitidos nauseabundos, útiles solamente para el elegante salón susurrado, en bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona que yo fui, que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones; por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos, limpios de otro deseo, el sol, mi dios, la noche rumorosa, la lluvia, intimidad de siempre, el bosque y su alentar pagano, el mar, el mar como su nombre hermoso; y sobre todo ellos, cuerpo oscuro y esbelto, te encuentro a ti, tú, soledad tan mía, y tú me das fuerza y debilidad como el ave cansada los brazos de la piedra.
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje, oigo sus oscuras imprecaciones, contemplo sus blancas caricias; y erguido desde cuna vigilante soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres, por quienes vivo, aún cuando no los vea; y así, lejos de ellos, ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres, roncas y violentas como el mar, mi morada, puras ante la espera de una revolución ardiente o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria, transparente pasión, mi soledad de siempre, eres inmenso abrazo; el sol, el mar, la oscuridad, la estepa, el hombre y su deseo, la airada muchedumbre, ¿qué son sino tú misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día; en ti, mi soledad, los amo ahora.
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Poeta
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El tiempo, insinuándose en tu cuerpo, tal la nube de polvo en fuente pura, aquella gracia antigua desordena y clava en mí una pena silenciosa.
Otros antes que yo vieron un' día, y otros luego verán, cómo decir la amada forma esbelta, recordando de cuánta gloria es cifra un cuerpo hermoso.
Pero la vida sólo la aprendemos, y placer y dolor se ofrecen siempre tal mundo virgen para cada hombre. Así mi pena inculta es nueva ahora.
Nueva como lo fuese al primer hombre, que cayó con su amor del paraíso cuando viera, tal cielo ya vencido por sombra, envejecer el cuerpo amado.
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Poeta
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Adolescente fui en días idénticos a nubes, cosa grácil, visible por penumbra y reflejo, y extraño es, si ese recuerdo busco, que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.
Perder placer es triste como la dulce lámpara sobre el lento nocturno; aquel fui, aquel fui, aquel he sido... era la ignorancia mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño prisionero entre muros cambiantes; historias como cuerpos, cristales como cielos, sueño luego, un sueño más alto que la vida.
Cuando la muerte quiera una verdad quitar de entre mis manos, las hallará vacías, como en la adolescencia, ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.
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Poeta
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