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Un hombre gris avanza por la calle de niebla; No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío; Vacío como pampa, como mar, como viento, Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.
Es el tiempo pasado, y sus alas ahora Entre la sombra encuentran una pálida fuerza; Es el remordimiento, que de noche, dudando; En secreto aproxima su sombra descuidada.
No estrechéis esa mano. La yedra altivamente Ascenderá cubriendo los troncos del invierno. Invisible en la calma el hombre gris camina. ¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda.
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Poeta
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La noche por ser triste carece de fronteras. Su sombra en rebelión como la espuma, rompe los muros débiles avergonzados de blancura; noche que no puede ser otra cosa sino noche.
Acaso los amantes acuchillan estrellas, acaso la aventura apague una tristeza. Mas tú, noche, impulsada por deseos hasta la palidez del agua, aguardas siempre en pie quién sabe a cuáles ruiseñores.
Más allá se estremecen los abismos poblados de serpientes entre pluma, cabecera de enfermos no mirando otra cosa que la noche mientras cierran el aire entre los labios.
La noche, la noche deslumbrante, que junto a las esquinas retuerce sus caderas, aguardando, quién sabe, como yo, como todos.
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Poeta
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Quisiera saber por qué esta muerte al verte, adolescente rumoroso, mar dormido bajo los astros ciegos, aún constelado por escamas de sirenas, o seda que despliegan cambiante de fuegos nocturnos y acordes palpitantes, rubio igual que la lluvia, sombrío igual que la vida es a veces.
Aunque sin verme desfiles a mi lado, huracán ignorante, estrella que roza mi mano abandonada su eternidad, sabes bien, recuerdo de siglos, cómo el amor es lucha donde se muerden dos cuerpos iguales.
Yo no te había visto; miraba los animalillos gozando bajo el sol verdeante, despreocupado de los árboles iracundos, cuando sentí una herida que abrió la luz en mí; el dolor enseñaba cómo una forma opaca, copiando luz ajena, parece luminosa.
Tan luminosa, que mis horas perdidas, yo mismo, quedamos redimidos de la sombra, para no ser ya más que memoria de luz; de luz que vi cruzarme, seda, agua o árbol, un momento.
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Poeta
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Quizá mis lentos ojos no verán más el sur de ligeros paisajes dormidos en el aire, con cuerpos a la sombra de ramas como flores o huyendo en un galope de caballos furiosos.
El sur es un desierto que llora mientras canta. Y esa voz no se extingue como pájaro muerto; hacia el mar encamina sus deseos amargos, abriendo un eco débil que vive lentamente.
En el sur tan distante quiero estar confundido. La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta; su niebla misma ríe, risa blanca en el viento. Su oscuridad, su luz, son bellezas iguales.
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Poeta
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Quiero, con afán soñoliento, Gozar de la muerte más leve Entre bosques y mares de escarcha, Hecho aire que pasa y no sabe.
Quiero la muerte entre mis manos, Fruto tan ceniciento y rápido, Igual al cuerno frágil De la luz cuando nace en el invierno.
Quiero beber al fin su lejana amargura; Quiero escuchar su sueño con rumor de arpa Mientras siento las venas que se enfrían, Porque la frialdad tan sólo me consuela.
Voy a morir de un deseo, Si un deseo sutil vale la muerte; A vivir sin mí mismo de un deseo, Sin despertar, sin acordarme, Allá en la luna perdido entre su frío.
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Poeta
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Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, parece como el viento que se mece en otoño sobre adolescentes mutilados, mientras las manos llueven, manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas, cataratas de manos que fueron un día flores en el jardín de un diminuto bolsillo.
Las flores son arena y los niños son hojas, y su leve ruido es amable al oído cuando ríen, cuando aman, cuando besan, cuando besan el fondo de un hombre joven y cansado porque antaño soñó mucho día y noche.
Mas los niños no saben, ni tampoco las manos llueven como dicen; así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños, invoca los bolsillos que abandonan arena, arena de las flores, para que un día decoren su semblante de muerto.
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Poeta
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¿Volver? Vuelva el que tenga, tras largos años, tras un largo viaje, cansancio del camino y la codicia de su tierra, su casa, sus amigos, del amor que al regreso fiel le espere.
Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas, sino seguir libre adelante, disponible por siempre, mozo o viejo, sin hijo que te busque, como a Ulises, sin Itaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses, fiel hasta el fin del camino y tu vida, no eches de menos un destino más fácil, tus pies sobre la tierra antes no hollada, tus ojos frente a lo antes nunca visto.
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Poeta
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No sé por qué, si la luz entra, Los hombres andan bien dormidos, Recogiendo la vida su apariencia Joven de nuevo, bella entre sonrisas,
No sé por qué he de cantar o verter de mis labios vagamente palabras; Palabras de mis ojos, Palabras de mis sueños perdidos en la nieve.
De mis sueños copiando los colores de nubes, De mis sueños copiando nubes sobre la pampa.
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Poeta
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Como una vela sobre el mar resume ese azulado afán que se levanta hasta las estrellas futuras, hecho escala de olas por donde pies divinos descienden al abismo, también tu forma misma, ángel, demonio, sueño de un amor soñado, resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba hasta las nubes sus olas melancólicas.
Sintiendo todavía los pulsos de ese afán, yo, el más enamorado, en las orillas del amor, sin que una luz me vea definitivamente muerto o vivo, contemplo sus olas y quisiera anegarme, deseando perdidamente descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma, hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.
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Poeta
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No quiero, triste espíritu, volver por los lugares que cruzó mi llanto, latir secreto entre los cuerpos vivos como yo también fui.
No quiero recordar un instante feliz entre tormentos; goce o pena es igual, todo es triste al volver.
Aún va conmigo como una luz ajena aquel destino niño, aquellos dulces ojos juveniles, aquella antigua herida.
No, no quisiera volver, sino morir aún más, arrancar una sombra, olvidar un olvido.
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Poeta
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