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Has vuelto, organillo. En la acera hay risas. Has vuelto llorón y cansado como antes.
El ciego te espera las más de las noches sentado a la puerta. Calla y escucha. Borrosas memorias de cosas lejanas evoca en silencio, de cosas de cuando sus ojos tenían mañanas, de cuando era joven... la novia... ¡quién sabe Alegrías, penas, vividas en horas distantes. ¡Qué suave se le pone el rostro cada vez que suenas algún aire antiguo! ¡Recuerda y suspiro! Has vuelto, organillo. La gente modesta te mira pasar, melancólicamente. Pianito que cruzas la calle cansado moliendo el eterno familiar motivo que el año pasado gemía a la luna de invierno: con tu voz gangosa dirás en la esquina la canción ingenua, la de siempre, acaso esa preferida de nuestra vecina la costurerita que dio aquel mal paso. Y luego de un valse te irás como una tristeza que cruza la calle desierta, y habrá quien se quede mirando la luna desde alguna puerta.
¡Adiós, alma nuestra! parece que dicen las gentes en cuanto te alejas. ¡Pianito del dulce motivo que mece memorias queridas y viejas! Anoche, después que te fuiste, cuando todo el barrio volvía al sosiego -qué triste- lloraban los ojos del ciego.
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Poeta
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Porque hasta mí llegaste silenciosa, la ardiente exaltación de mi elocuencia derrotó la glacial indiferencia que mostrabas, altiva y desdeñosa.
Volviste a ser la de antes. Misteriosa, como un rojo clavel tu confidencia reventó en una amable delincuencia con no sé qué pasión pecaminosa.
Claudicó gentilmente tu arrogancia, y al beber el locuaz vino de Francia, ¡oh, las uvas doradas y fecundas!
Una aurora tiñó tu faz de armiño, ¡y hubo en la jaula azul de tu corpiño un temblor de palomas moribundas!
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Poeta
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Si de estas cuerdas mías, de tonos más que rudos, te resultasen ásperos sus rendidos saludos, y quieres blandos ritmos de credos idealistas, aguarda delicados poemas modernistas que alabarán en oro tus posibles desdenes, coronando de antorchas tan olímpicas sienes, devotos de la blanca lis de tu aristocracia, con que ilustro los rojos claveles de mi audacia, o espera, seductora, decadentes orfebres que graben tus blasones en sus creadoras fiebres: Yo trabajo el acero de temples soberanos: los sonantes cristales se rompen en mis manos.
Palmera brasileña, que al caminante herido ofrendarás tus dátiles de Pasión y de Olvido, en el Desierto Único: tú eres la apoteosis que nimbando de incendios sus fecundas neurosis, cruzas por los vaivenes de sus hondos desvelos como si fueras Luna de sus noches de duelos. Yo traigo a tu floresta la Alondra moribunda que, en el violín del Bosque, preludió la errabundo sinfonía terrena de aquel Ardor eterno que ahuyenta suavemente las aves del Invierno, y en las horas tranquilas descubre su cabeza como un símbolo vago de Amor y de Belleza.
Y pasas, y no sola, presintiendo dorados orientes, los propicios a los enamorados, como una novia enferma que evoca espirituales promesas en las largas noches sentimentales, o esperas al amado, sonriente, como algunas heroínas que aguardan al amor de las lunas hojeando florilegios alegres de la Galia, con manos de Giocondas poéticas de Italia. ¡Oh, las divinas magas que comulgan misterios en los ratos fugaces de indecibles imperios cuyos tiernos mandatos y ansiadas tiranías de las claudicaciones saben las agonías!
Quiero brindarte versos porque te finjo buena, con no sé qué bondades y porque eres morena como la inspiradora de mis lejanos votos perspectivas azules de paisajes remotos. Generosa que amparas de los fríos crueles, como un fruto viviente de tus sanos vergeles, las rosas inviolables que tus labios oprimen. (¡Oh, las instigadoras del ensueño y del crimen!) Paloma fugitiva de la Ciudad vedada, donde el dolor muriera bajo la enamorada caricia del Consuelo: ¡Ciudad donde las risas suenan como campanas de las futuras Misas!
Ya sobre los hastíos de tus meditaciones, como en fugas radiantes escucharás canciones de músicas heráldicas, de las músicas locas que enardecen las ansias y enrojecen las bocas en besos fecundantes, cual rocíos de mieles que hasta en el yermo hicieron florecer los laureles. Yo, a tu rostro moreno consagraré violetas, las nerviosas amadas tristes de los poetas, y allá en las tibias tardes, serenas de optimismos, cuando al disipar todos tus más graves mutismos mis estrofas de hierro torturen tu garganta, has de pensar, acaso ¡Si es un hierro que canta!
Como un deslumbramiento de rubias primaveras irradian y perfuman las dichas prisioneras de todos tus encantos. ¡Oh, poemas paganos! Heroína y señora de rondeles galanos: para que siempre puedas orquestar tus mañanas calandrias y zorzales mis selvas entrerrianas te ofrecen en mis trovas. ¡Que en todos los momentos te den las grandes liras sus más nobles acentos, y revienten las yemas donde el Placer anida, en las exaltaciones gloriosas de la Vida que surgen en el cálido Floreal de tus horas como un carmen de auroras, eternamente auroras!
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Poeta
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Que este verso, que has pedido, vaya hacia ti, como enviado de algún recuerdo volcado en una tierra de olvido... para insinuarte al oído su agonía más secreta, cuando en tus noches, inquieta por las memorias, tal vez, leas, siquiera una vez, las estrofas del poeta.
¿Yo?... Vivo con la pasión de aquel ensueño remoto, que he guardado como un voto, ya viejo, del corazón. ¡Y sé, en mi amarga obsesión, que mi cabeza cansada, de la prisión de ese ensueño caerá, recién, libertada ¡cuando duerma el postrer sueño sobre la postrer almohada!
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Poeta
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Me gusta verte así, bajo la parra, resguardada del sol del mediodía, risueñamente audaz, gentil, bizarra, como una evocación de Andalucía.
Con olor a salud en tu belleza, que envuelves en exóticos vestidos, roja de clavelones la cabeza y leyendo novelas de bandidos.
-¡Un carmen andaluz, donde florecen, en los viejos rincones solitarios, los rosales que ocultan y ensombrecen la jaula y el calor de tus canarios!-
¡Cuántas veces no creo al acercarme, todo como en un patio de Sevilla, que tus más frescas flores vas a darme, y a ofrecerme después miel con vainilla!
O me doy a pensar que he saboreado, mientras se oye una alegre castañuela, un rico arroz con leche, polvoreado de una cálida gloria de canela.
¡Cómo me gusta verte así, graciosa, llena de inquietos, caprichosos mimos, rodeada de macetas, y, golosa, desgranando pletóricos racimos!
Y mojarse tus manos delincuentes, al reventar las uvas arrancadas, como en sangre de vidas inocentes a tu voracidad sacrificadas!...
Y ver vagar, cruelmente seductora, en esos labios finos y burlones, tu sonrisa de Esfinge, turbadora de mis calladas interrogaciones.
Y desear para mí, las exquisitas torturas de tus dedos sonrosados, que oprimen las doradas cabecitas de los dulces racimos degollados!
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Poeta
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Fue al surgir de una duda insinuativa hirió tu severa aristocracia, como un símbolo rojo de mi audacia, un clavel que tu mano no cultiva.
Quizás hubo una frase sugestiva, o viera una intención tu perspicacia, pues tu serenidad llena de gracia fingió una rebelión despreciativa...
Y, así, en tu vanidad, por la impaciente condena de un orgullo intransigente, mi rojo heraldo de amatorios credos
Mereció, por su símbolo atrevido, como un apóstol o como un bandido la guillotina de tus nobles dedos.
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Poeta
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Nos eres familiar como una cosa que fuera nuestra, solamente nuestra; familiar en las calles, en los árboles que bordean ]a acera, en la alegría bulliciosa y loca de los muchachos, en las caras de los viejos amigos, en las historias íntimas que andan de boca en boca por el barrio y en la monotonía dolorida del quejoso organillo que tanto gusta oír nuestra vecina, la de los ojos tristes...
Te queremos con un cariño antiguo y silencioso, ¡caminito de nuestra casa! ¡Vieras con qué cariño te queremos! ¡Todo lo que nos haces recordar!
Tus piedras parece que guardasen en secreto el rumor de los pasos familiares que se apagaron hace tiempo... Aquellos que ya no escucharemos a la hora habitual del regreso.
Caminito de nuestra casa, eres como un rostro querido que hubiéramos besado muchas veces: ¡tanto te conocemos!
Todas las tardes, por la misma calle, miramos con mirar sereno, la misma escena alegre o melancólica, la misma gente... Y siempre la muchacha modesta y pensativa que hemos visto envejecer sin novio... resignada! De cuando en cuando, caras nuevas, desconocidas, serias o sonrientes, que nos miran pasar desde la puerta. Y aquellas otras que desaparecen poco a poco, en silencio, las que se van del barrio o de la vida sin despedirse.
¡Oh, los vecinos que no nos darán más los buenos días! Pensar que alguna vez nosotros también por nuestro lado nos iremos, quién sabe dónde, silenciosamente como se fueron ellos...
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Poeta
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Ayer la vi, al pasar, en la taberna, detrás del mostrador, como una estatua... Vaso de carne juvenil que atrae a los borrachos con su hermosa cara.
Azucena regada con ajenjo, surgida en el ambiente de la crápula, florece como muchas en el vicio perfumado ese búcaro de miasmas.
¡Canción de esclavitud! Belleza triste, belleza de hospital ya disecada quién sabe por qué mano que la empuja casi siempre hasta el sitio de la infamia...
Y pasa sin dolor así inconsciente su vida material de carne esclava: ¡copa de invitaciones y de olvido sobre el hastiado bebedor volcada!
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Poeta
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Porque hoy has venido, lo mismo que antes, con tus adorables gracias exquisitas, alguien ha llenado de rosas mi cuarto como en los instantes de pasadas citas.
¿Te acuerdas?... Recuerdo de noches lejanas, aun guardo, entre otras, aquella novela con la que soñabas imitar, a ratos, no sé si a Lucía no sé si a Graziela.
Y aquel abanico, que sentir parece la inquieta, la tibia presión de tu mano; aquel abanico ¿te acuerdas? trasunto de aquel apacible, distante verano...
Y aquellas memorias que escribiste un día! -un libro risueño de celos y quejas-. ¡Rincón asoleado! Rincón pensativo de cosas tan vagas, de cosas tan viejas!...
Pero no hay los versos: ¡Qué quieres!... ¡Te fuiste! -¡Visión de saudades, ya buenas, ya malas!- La nieve incesante del bárbaro hastío ¿no ves? ha quemado mis líricas alas.
...¿Para qué añoranzas? Son filtros amargos como las ausencias sus hoscos asedios... Prefiero las rosas, prefiero tu risa que pone un rayito de sol en mis tedios.
Y porque al fin vuelves, después del olvido, en hora de angustias, en hora oportuna, alegre como antes, es hoy mi cabeza una pobre loca borracha de luna!
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Poeta
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Todos están callados ahora. El desaliento que repentinamente siguiera al comentario de esa duda, persiste como un presentimiento. El hermano recorre las noticias del diario
que está sobre la mesa. La abuela se ha dormido los demás aguardan con el oído alerta a los ruidos de afuera, y apenas se oye un ruido las miradas ansiosas se clavan en la puerta.
El silencio se vuelve cada vez más molesto: una frase que empieza se traduce en un gesto de impaciencia. ¡La espina de esa preocupación...
Y cuando llega el viejo, que salió hace un instante, en todas las miradas fijas en su semblante hay una temerosa larga interrogación.
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Poeta
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