|
¡Fue el combate espantoso, fue sangriento! Hizo estragos la muerte, cual desgaja Los árboles, y tala, cuando baja Rugiendo el huracán del firmamento.
Hoy aquí sólo se oye el grato acento Del labriego que el suelo en surcos raja, Y el ruido de la mies, que cual mortaja Los huesos cubre y se columpia al viento.
Donde antes la metralla asordadora Nobles vidas segó, con su hoz el fuerte Labrador siega mies contento ahora.
¡Llanura un tiempo en sangre humedecida, Monumento de honor, campo de muerte: Signe brotando de tu seno, vida!
|
Poeta
|
|
Oh la paz y el silencio de los tiempos feudales, cuando fuí solitario monje benedictino; cuando el amor de mis noches fue el Cordero divino, y pintaba mayúsculas en los grandes misales!
De mi carne el cilicio fueron verdes rosales, y mi solo regalo fue la hostia y el vino, y de abrojos punzantes ericé mi camino, do vagaron un tiempo los Pecados mortales.
Pero fueron ayunos y oraciones en vano ... Siempre rojas mayúsculas dibujaba mi mano, siempre en rojas mayúsculas se extasiaban mis ojos.
De Satán fue mi alma, de Satán fue mi anhelo ... Pues cerró con tinieblas mi camino hacia el cielo el recuerdo implacable de unos labios muy rojos.
|
Poeta
|
|
Llegaron mis amigos de colegio Y absortos vieron mi cadáver frío; «¡Pobre!» exclamaron, y salieron todos... Ninguno de ellos un adiós me dijo.
Todos me abandonaron. En silencio Fui conducido al último recinto; Ninguno dio un suspiro al que partía, Ninguno al cementerio fue conmigo.
¡Cerró el sepulturero mi sepulcro... Me quejé, tuve miedo y sentí frío, Y gritar quise en mi cruel angustia, Pero en los labios espiró mi grito!
El aire me faltaba, y luché en vano Por destrozar mi féretro sombrío. Y en tanto.., los gusanos devoraban, Cual suntuoso festín, mis miembros rígidos.
¡Oh mi amor! dije al fin, ¿y me abandonas? Pero al llegar su voz a mis oídos Sentí latir el corazón de nuevo, Y volví al triste mundo de los vivos.
Me alcé y abrí los ojos. ¡Cómo hervían Las copas de licor sobre los libros! El cuarto daba vueltas, y dichosos Bebían y cantaban mis amigos.
|
Poeta
|
|
De láminas un libro yo hojeaba, Y en un extremo de la sala, Lola, Junto a su madre —que también cosía— Cosía silenciosa.
De pronto «¡Watherloo!» dije en voz alta; «¡Aquí Napoleón... éstas sus hordas!... Lola, acércate, ¡ven! que raras veces Se ven tan bellas cosas».
Dejó la niña su costura al punto, Juntó a la mía su cabeza blonda, Y de un beso el calor sintió extenderse Por su frente marmórea.
Y mirando a su madre de soslayo, Dijo quedo: ¡qué lámina preciosa! Y añadió cabizbaja y sonriente: Oh !muéstramelas todas!
|
Poeta
|
|
Corrido el cortinaje, desde el balcón de enfrente vi su cuarto, el cuarto de la virgen, que mi sueño arrulla en las mañanas con su canto.
Jarrones de Sajonia descansaban sobre consola de bruñido mármol; y del sol que moría los postrimeros rayos hacían resaltar en la penumbra las doradas molduras de los cuadros, las lámparas de bronce los ricos muebles de nogal tallado, las cortinas del lecho, y en el muro los brillantes espejos venecianos.
Y en un rojo sillón, que parecía a su dueña esperar medio borrado por la naciente sombra, se veía un corsé de blanco raso.
Y pensé entonces en las frentes pálidas, y en los risueños labios, en los azules ojos y en los cabellos áureos, en las cinturas breves y en los ebúrneos brazos; en el velo flotante de las novias y de las niñas en los sueños castos, y de las vírgenes carnes sonrosadas y en los púdicos senos de alabrastro.
¡Quién fuera su corsé! —me dije entonces—, quién fuera su corsé de blanco raso, para saber si late aún su corazón ingrato.
|
Poeta
|
|
En Cluny, Siglo XV. Bajo álamos de plata sus aguas el Saona, rumoroso dilata por el lento deshielo. La mole ennegrecida de piedra, corta el llanto que despierta a la vida.
En el parque, vagando, y humilde la mirada, las manos sobre el pecho y en la oración callada, pasan monjes, tendida hacia atrás la cogulla y como una armonía celeste al campo arrulla.
Cielo tranquilo y diáfano. La quietud del convento a la plegaria incita y a hondo recogimiento. Las ventajas abiertas dan al jardin. Las rosas sonríen bajo errante vuelo de mariposas; y en las frondas, de nidos y de aves la algazara es saludo a la aurora, que surge azul y clara.
En la amplia biblioteca, monje benedictino tiene abierto en la mesa borroso pergamino, donde paciente artista de tiempo muy lejano, al principiar capítulos, pintó con hábil mano, en grandes iniciales y con vivos colores, dragones, ninfas, grifos y ultraterrenas flores...
Con sus rubios cabellos sobre la frente vasta, su palidez y el brillo de su pupila casta, y con su hábito blanco, parece el monje, efebo, del jardín ante el tibio primaveral renuevo Copia un códice antiguo; "Dafnis y Cloe". Aromas de los rosales suben y arrullos de palomas. Absorto escribe: y Cloe se yergue ante sus ojos, y de la vida en el áurea puerta con sus promesas el amor.
De la luna la luz de plata brillaban en el barrio desierto, y una canción de serenata subía al balcón entreabierto.
Pendiente la escala de seda de los barrotes del balcón... del pasado ya sólo queda un rescoldo en el corazón.
Paseos bajo la luz de luna por alamedas de rosales; dos bocas que el amor aúna en claras noches estivales...
Entonces... cantos, alegría, juramentos de eterna fe; y ahora, gris melancolía del dichoso tiempo que fue.
|
Poeta
|
|
Canta la fuente en el jardín. La tarde se apaga, seda y oro, y otra nube en el ocaso entre arreboles arde. Baja la noche. El pensamiento sube. En torno, sombras. Entra todo en reposo. El bosque es negra mancha.
La visión del espíritu se ensancha, y el alma en el recuerdo se concentra. En las manos la frente taciturna, sueño... Sombras. Callada la arboleda. Todo se ha ido... En la quietud nocturna el rumor de la fuente sólo queda.
|
Poeta
|
|
Ben Adhem (que su tribu florezca eternamente!) Dormía, cuando un hálido vino a rozar su frente, y despertó.
Su alcoba brillaba con un rayo de la luna; brisa de la noche de Mayo traía de los valles el olor de las flores, y un ángel vio, las sienes ceñidas de fulgores, que en un libro escribía.
Ben Adhem, con rudeza, dijo el ángel: "¿Qué escribes?". Levantó la cabeza la visión, y en acento de indecible dulzura que llegó a sus oídos como voz de la altura, "Los nombres de los que aman al Señor", le responde.
Y con acento trémulo, que la ansiedad esconde, Velado por las lágrimas, al ángel preguntó: "¿Has escrito mi nombre?" Y el ángel dijo: "No!" Ben Adhem habló entonces con voces suplicantes: "Pon mi nombre como uno que ama a sus semejantes". Un nombre escribió el ángel.
A la noche siguiente volvió a la alcoba, en medio de luz resplandeciente, y le mostró las páginas en donde están escritos los escogidos nombres, por el Señor benditos.
Ben Adhem, de rodillas, cayó ante el mensajero, porque vio que su nombre llenaba el libro entero.
|
Poeta
|
|
Bajo un cámbulo en flor, en la llanura, cerca de clara fuente rumorosa que va regando a su rededor frescura, sin cruz la abandonada sepultura, el poeta suicida en paz reposa.
Caprichoso juguete del destino, pálido, siempre triste, torvo y ceño, fue en extrañas regiones peregrino, siempre buscando su ideal divino, y siempre en pos de su imposible sueño.
Una tarde, a los últimos fulgores de Sol, cuando en el viejo campanario del Angelus vibraban los clamores, regresó, con su fardo de dolores, a su hogar el poeta solitario.
"Mi corazón, nos dijo, paz desea; escribiré"... Para luchar cobarde Nada más escribió. Su sola idea era la de la muerte... Y otra tarde lo vimos que salía de la aldea.
"Dónde vas?" Le dijimos "Una cita; Voy de prisa... me esperan..." Infinita calma brillaba en su pupila inerte "¿Quien? No lo sé. Beatriz... o Margarita". ...Y su cita... ¡era cita con la muerte!
Ya duerme... Y a las sombras, a lo ignoto, a la negra, infinita lontananza, lanzó el cansado y pálido piloto, su blanco ensueño, como mástil roto, como tabla deshecha, la Esperanza.
Como es tierra maldita, no hay camino a do el triste cantor descansa inerme; huye su sepultura el campesino, solo... y en paz, con su laúd divino.
Pero cuando la luna en los desiertos ámbitos se levantan, como aurora, como la blanca aurora de los muertos, desentume el canto los brazos yertos, y en su huesa callada se incorpora.
¿Qué dulce voz de misterioso encanto rompe el silencio de la noche? ¿Es una serenata de amor?... ¿Plegaria o llanto? ¿Notas de arpas celestes?... ¡Es el canto del poeta, a los rayos de la luna!
Y surgen a su acento, cual visiones, las bellas heroínas inmortales de sus castos poemas y canciones... ¡De su vida, las blancas ilusiones; del poeta, las novias ideales!
Van surgiendo al vibrar de la armonía, halo de luz sobre la frente, y llenas de albas rosas las manos... Se diría de canéforas blanca Teoría, bajo arcadas de mármol, en Atenas.
En silencio lo escuchan... Ni un acento Se levanta inoportuno... Ni suspira Entre las ramas del guadual el viento. En torno todo es paz, recogimiento; todo es quietud al sollozar la ira.
Callad al fin las notas armoniosas; y a la luz de la luna, que en la quieta llanura se difunde, las hermosas ponen sobre las sienes del poeta una corona de laurel y rosas
Vuelve a cantar la brisa... Lentamente las visiones se extinguen una a una; como un áureo jardín es el Oriente, y el poeta en la fosa hunde la frente, mientras se borra en el azul la luna.
|
Poeta
|
|
Bajo cristales, en vitrinas, reposando estáis olvidados, abanicos de sedas finas en lejanos tiempos bordados.
Y os abrís, en un sepulcral silencio, en fondo carmesí, a la luz de tarde otoñal, en el Museo de Cluny.
Y al pensar en lo que no existe, encanto ayer y hoy desengaño, decir parece el alma triste: "¿Dónde están las nieves de antaño?"
¿En cuáles manos marfilinas lucirían vuestros encajes, en dulces citas vespertinas bajo los trémulos boscajes?
Corte de los Luises de Francia, reverencias ante el estrado... ¡Abanicos! ¡Sois la fragancia Que va surgiendo del pasado!...
Fragancia que se desvanece en ideal mundo risueño, mientras el alma se adormece en una bruma azul de ensueño.
Al veros, llegan a la mente ecos de fiestas cortesanas, cuando os plegábais lentamente como al compas de las pavanas.
"¡Delfin! ¡Callad, os lo suplico!" decía la rubia Marquesa, y en tanto, tras el abanico, reía una boca de fresa.
Restos de antigua aristocracia que llevó del tiempo el turbión. ¡Cómo os abriríais con gracia en los jardines del Trianón!
¡Y qué encantadores secretos guardareis de épocas remotas, cuando en Versalles, los minuetos alternaban con las gaviotas!
Abanicos de sedas finas que durmiendo estáis olvidados, desde el fondo de las vitrinas ¡cómo evocáis tiempos pasados!
|
Poeta
|
|